La desesperación del hombre patriarcal

La desesperación del hombre patriarcal:

Madrid 3 de febrero, Súria 7 de febrero de 2017
María-Milagros Rivera Garretas

El 3 de febrero de 2017, en el Hospital La Paz de Madrid, un hombre de 27 años le dijo a su mujer “Te voy a dar donde más te duele”, cogió a la hija, una niña de 1 año, y se tiró con ella por la ventana. La niña y el asesino se estamparon contra el suelo. El 7 de febrero, en Súria (Barcelona), un hombre de 82 años asesinó con un cuchillo a su mujer, de 79, mientras ella dormía, e intentó suicidarse. El primero debería de haberse suicidado solo, el segundo, antes de asesinar.

Esto último, los medios de comunicación no lo dicen. Los locutores enmudecen como hombres y dan la noticia con el mismo tono con el que transmiten la previsión del tiempo: cifra de víctimas en lo que llevamos de año (siempre mal contadas porque muchas no entran en el cálculo legal) y teléfono de contacto “gratuito y que no deja rastro en la factura”. Saben que, muerta, no puedes llamar, y saben que todas las vivas estamos en riesgo. Pero se paran ahí, estereotipados como estatuas de sal. Estaría bien que se mojaran un poco.

Estaría bien que, con el número de teléfono, advirtieran también de que todos los asesinos son hombres, recalcándolo una y otra vez. Y que añadieran que el primer riesgo de muerte violenta es, para una mujer de Occidente, su asesinato a manos de su marido o compañero, presente o pasado.

Estaría bien que se preguntaran por los motivos que les llevan a agredir, a matar, a suicidarse, a intentarlo, a aparentarlo. A mí me gustaría saber más de cómo llevan los hombres de hoy el final del patriarcado. Porque los modos de la violencia masculina contra las mujeres están en la historia: son distintos los actuales de los de veinte años atrás.

Es nueva la cualidad de la desesperación de los que matan. No sé si de los que agreden, porque casi nadie da cuenta de lo que hacen en casa. El volverse contra sí mismos después del asesinato es un signo del final del patriarcado. Se ha reducido la arrogancia del patriarca y, ahora, algunos o muchos no pueden con lo que han hecho. Saben que son culpables y se castigan. Su conciencia ha cambiado, y el final del patriarcado es una cuestión de conciencia, de toma de conciencia, no de leyes. Si los hombres hablaran en conciencia como hombres, sería seguramente posible que aprendieran a darse cuenta de lo que hacen antes de cometer el delito.

Porque la desesperación, como expresión que es de un sufrimiento intensísimo que se está volviendo insoportable, es una puerta estrecha en el camino de perfección de la vida del espíritu, de la conciencia íntima de quién soy. Por eso, se puede aprovechar para conocer y amar las propias tripas, su grandeza y su bajeza, lo que María Zambrano llamó en sus libros, llevándolas a la historia de la filosofía, las entrañas. Todos los hombres deberían leerla y meditarla porque las entrañas masculinas están (presuntamente, como les gusta decir) muy degradadas.

Emily Dickinson, a la que no sé si María leyó, fue maestra de la vida de las entrañas. De la desesperación como uno de los oscurísimos contrastes-guía del amor escribió esto, en los últimos versos del poema 706:

Tú ahí – Yo – aquí –
Con apenas la Puerta entreabierta
Que Océanos son – y Oración –
Y ese Blanco Sustento –
Desesperación –

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