La corresponsabilidad, esa asignatura pendiente

El compañero Jose Angel Lozoya me remite desde Sevilla esta reflexión que me parece adecuada publicar aquí para que sirva de debate. Espero que os estimule, sobre todo porque está escrita por un hombre.

Rafa

Urge la implicación de los hombres en lo doméstico

La mayoría de las mujeres con trabajo remunerado llevan toda la vida compatibilizándolo con el trabajo doméstico, es lo que conocemos como doble jornada laboral, que han sobrellevado con y sin leyes o medidas de conciliación de la vida laboral o familiar que se lo faciliten.

Lo justo y deseable hubiera sido que los hombres nos hubiéramos incorporado a lo doméstico al mismo ritmo en que ellas lo hacían al mercado de trabajo, pero ellas ya superan el 40% de la población ocupada y siguen haciendo el 80% del trabajo no remunerado.

Ninguna joven aspira a convertirse en ama de casa, pero las crisis económicas suelen incrementar la carga de trabajo de las mujeres. El paro masivo, la reducción del poder adquisitivo, los recortes en la ley de dependencia, la educación o la sanidad, reducen un estado de bienestar, que nunca fue el de los países de nuestro entorno, y devuelve a los hogares buena parte de la carga que los servicios públicos han ido asumiendo, incrementando la dedicación que precisan las personas dependientes (menores, mayores y enfermas).
Ese cambio de tendencia que sobrecarga a las mujeres incrementa sus responsabilidades, reduce su disponibilidad (sus oportunidades) ante las exigencias del mercado de trabajo y provoca que la igualdad de derechos se vaya convirtiendo en papel mojado.
Si los sindicatos y la patronal pactan reducir el poder adquisitivo de los salarios y el aumento de la precariedad en el empleo, las medidas de conciliación de la vida laboral y familiar, ya de por si secundarias en la negociación colectiva, pasan a ocupar un lugar irrelevante en las reformas del mercado de trabajo.

Una diferencia con crisis anteriores es que no es previsible, ni deseable, que las mujeres abandonen un mercado de trabajo para el que están (en general) más cualificadas que los hombres. Por eso, sin dinero para contratar ayuda externa y con muchos hogares en los que las mujeres se han convertido en la única, o principal, fuente de ingresos, urge como nunca la implicación creciente de los hombres en las tareas domésticas.
Los roles se entrecruzan; lo que conocemos como masculino y femenino va dejando de estar asociados a los hombres y las mujeres, pero la mayoría de los hombres viven la asunción de “lo femenino” (expresión de los sentimientos, ética del cuidado, tareas domésticas….) con sensación de pérdida de prestigio social, en tanto que las mujeres lo ganan a través de su incorporación al mercado de trabajo y la vida pública, e incrementan su influencia en la construcción de la norma y la moral social.

La mayoría de los hombres ve necesario adaptarse a unos cambios que consideran justos pero se resisten a la pérdida de privilegios. Viven las desigualdades con sentimiento de culpa, pero la culpa ni plancha ni guisa, y se ven presionados a asumir tareas a las que ven todos los inconvenientes y pocas ventajas, por lo que les cuesta dedicar el tiempo y el esfuerzo que las mismas requieren.

Asumir las tareas domésticas es la demanda a la que más se resisten, porque requieren cierto aprendizaje, gozan de poco prestigio y consumen un tiempo que suelen dedicar a actividades más apetecibles. La forma de resistencia más frecuente es el escaqueo, un dejar hacer dejando de hacer que les proporciona hora y media libre al día a costa de sus parejas. Si consideran el trabajo doméstico poco creativo tienen otra razón para compartirlo. Sabemos que realizado por profesionales tiene precio, que solo en un 8% de las parejas se da un reparto equitativo y que se dice que cuando un hombre y una mujer se emparejan, él mejora su calidad de vida y ella la empeora.

Decir que no lo hacen porque no les enseñaron es olvidar todo lo que hacen que tampoco les enseñaron, e incluso les desaconsejaron, que son capaces de aprender casi todo lo que se proponen y que si viven solos acaban apañándose. Olvidan que los hombres diestros en lo doméstico son más autosuficientes y que si viven con una mujer es porque les apetece.

Muchos padres aprenden que se educa con el ejemplo, que para cuidar hay que saber cuidarse, que cuidar es la mejor forma de demostrar cariño, aprender a ponerse en el lugar del otro, ver crecer y conocer a sus hijos/as, que “poco tiempo” siempre es poco.

Frente a la oleada de recortes de las políticas de género en curso es vital la presencia masiva de hombres en los actos de la Marea Violeta del próximo 10 de febrero y las manifestaciones del 8 de marzo (Día de la Mujer), pero la prueba del algodón para medir el cambio de cada cual pasa por ponerle cara a la igualdad compartiendo los cuidados.

José Ángel Lozoya Gómez 

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