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En algunas ocasiones, encontramos prácticas sociales sutiles que, sin hacer excesivo ruido, tocan en lo esencial. Es el caso de los partidos de fútbol organizados por diversas personas bajo el paraguas de diferentes asociaciones como Bizitegi, Cáritas o Agiantza, en Bilbao.
La creación de un espacio social, un espacio de vida, pasa necesariamente por organizar prácticas abiertas a la incertidumbre, que no es ni más ni menos que tomar en serio aquello que hay de impredecible en cada vida humana.
Un lugar de encuentro y conversación donde todos somos bien recibidos, de una manera amable, cordial. Un espacio regulado pero no normativizado. Frente al furor de la normatividad que, lamentablemente, coloniza multitud de prácticas sociales aun es posible generar espacios de intercambio y de conversación.
Espacios sociales (como alternativa a los espacios de reeducación y tratamiento) donde cada persona pueda tener un tiempo, el suyo propio, y un lugar. Un lugar que acoja las diferencias, los tiempos y las palabras de cada uno de nosotros. Espacios que crean las condiciones de posibilidad para que el vínculo social pueda constituirse a partir de las diferencias de cada uno de nosotros. Es decir, no por la vía de la homogeneización ni de la monitorización.
El lugar se cumple por la palabra
El lugar se cumple por la palabra. El intercambio de palabras y conversaciones, en la convivencia y en la intimidad cómplice de los seres hablantes, es lo que dota a un espacio de su cualidad de lugar social; lugar de vida.
El fluir de las palabras es aquello que, en definitiva, organiza un lugar social. Las palabras para jugar un partido, para quedar, para organizar un equipo. Las palabras en los vestuarios, en el camino y en el encuentro social. Las palabras en los pasillos, en el camino de regreso, en el autobús o al finalizar el encuentro. Lugar y palabra están íntimamente unidos, sin olvidar que el silencio es también un hecho del lenguaje.
Acoger las diferencias
Otra cualidad de estos espacios es que se trata de lugares capaces de acoger nuestras diferentes formas de vivir, de pensar, diferentes maneras de ser y de estar, de comunicarnos o de no querer hacerlo, de estar juntos pero no necesariamente unidos en un todo homogéneo.
Frente al empuje a la normalidad y a la homogeneización, nosotros oponemos la diferencia, como aquello que nos humaniza y nos une. Cada persona es única y singular. La singularidad no es otra cosa que aquello que nos diferencia y separa a los unos de los otros, al mismo tiempo que nos permite estar juntos y unirnos. Y es precisamente nuestra diferencia la materia más preciada que tenemos (el tesoro de la subjetividad) y con la cual podemos construir un lazo al Otro.
Porque el lazo social no es algo que esté de entrada, sino más bien, algo a construir, algo por elaborar a lo largo de un tiempo que es siempre subjetivo. El lazo social se hace, y se ha hecho siempre, con lo más íntimo de cada uno. A partir de los intereses que uno tiene, puede establecerse una zona de intercambio, donde el vínculo social sea posible. Por ejemplo, a partir de un partido de fútbol.
Cosme Sánchez
Agradecer a las personas que desde su diferencia y su deseo, crearon este lugar al cual nos podemos sumar otros…