Cartas mensajeras a un amigo de Bilbao. Primer capítulo, por Nómada Urbano

Fotografía Bruce Davidson

Fotografía Bruce Davidson

Tod@s nos hallamos  completamente a merced de unos señores, en su mayoría con una mentalidad retrógrada, que reciben el pomposo nombre de jueces y por ello se creen con derecho a disponer de las vidas y de la libertad de los inmigrantes malamente llamados ilegales como si de ganado se tratara. Cierto que esos hombres y mujeres que ni han robado, ni han traficado, ni han causado ningún perjuicio a la justicia recta y justa que no puede permitir lo que ella llama extranjeros ilegales, y por eso lo reprime con clarividencia, como lo demuestran algunas leyes (como la de Extranjería), que convierten a tod@s los imigrantes sin papeles en delincuentes en potencia, gracias al libre albedrío de unos cuantos para poder salvaguardar sus propios intereses.

Habría que investigar, más que el cómo, el porqué se llega a ser inmigrante ilegal, pero esa no es ahora la cuestión. La cuestión es qué defensa tiene el extranjero que carece de documentación en el continente de las libertades. Frente a la marginación y la inclusión que las instituciones ignoran o hacen caso omiso; ¿la ley, los jueces, los abogados?

Llega un momento en el que creo todos están dentro de la misma ruleta y todos juegan sus bazas, movidas casi siempre más por intereses económicos que por respeto, o al menos por interés hacia el propio individuo; el inmigrante ilegal es la persona que ha roto con los moldes prefabricados impuestos, se ha salido de unas normas, y desde ese momento pasa a ser considerado un individuo molesto, incluso peligroso.

A partir de entonces, el inmigrante ilegal común es un sujeto marginado, en muchos casos considerado “no deseado” para la sociedad, una sociedad que no se preocupa lo más mínimo en conseguir su integración ni trata de ver los móviles que le han impulsado a vivir de una forma determinada, sino que le reprimen, incluso brutalmente, negándole los más mínimos derechos y explotándole hasta el máximo mediante el trabajo con un salario ínfimo, incluso llegando a negarle su condición de persona. Aún después de haber sido expulsado; frente a todo esto me autopregunto ¿cuál es la opción del inmigrante ilegal?

La única opción posible es la lucha por unas reivindicaciones mínimas y lógicas ( la asistencia sanitaria, comida, suspensión de las injustas celdas de los Centros de Internamiento de Extranjeros, etc.) creando así un ambiente de solidaridad y camaradería entre estos hombres y mujeres que han dejado atrás sus tierras originarias huyendo de la injusticia. Otros, de la miseria y de la opresión, que no ven otra salida que sacrificar sus vidas cruzando los agitados mares para conseguir sus más mínimos intereses. Pero que por desgracia, la Administración de los países donde están se muestra impotente o más bien no quiere hacerlo, ya que hay “cosas mucho más importantes” para salvaguardar los sagrados intereses de la Patria que preocuparse por esos individuos.

Todo pasó mientras me  encontraba en un comedor social de Madrid justo un día después de que se marcharon mis padres hacia el Sahara, después de que vinieran a verme, después de pasar catorce años fuera de mi casa.

Todo comenzó un domingo en el barrio de Alvarado. Mediante había ido allí a cenar en este comedor social, como lo hacía siempre cuando no tenía dinero para hacerlo en algún restaurante. Después de cenar , salí  del comedor y crucé la carretera con la intención de llegar al barrio de Lavapiés, para reunirme con mis amigos del barrio y compartir unas naranjas que logré reunir en el comedor  para compartir con otros inmigrantes que por alguna circunstancia no llegaron al comedor, o llegaron tarde y no pudieron entrar, pero por mala suerte o más bien por haber pasado por la calle equivocada caí en un redada policial de las brigadas de Extranjería. Justamente cuándo crucé la calle principal, una mirada furtiva se me clavó en los ojos, igual que el leopardo cuando localiza a su víctima, aquel Policía Nacional se interpuso en mi camino.

– ¿Documentación? -Exclamó, con cara de intuir que no la llevo.

– No la tengo señor agente. Tan sólo tengo ese papel de solicitante de apátrida.

– ¿A ver ese papel?- Me dijo con cara de sorprendido antes de proceder a romperlo delante de mis ojos- Este papel no vale para nada. ¡Vamos!! ¡para el coche!!!

Entré en el coche que era una especie de pequeña furgoneta de color blanco total.  Parece que sólo faltaba yo para completar los asientos, subí al coche esposado y me encontré con otros cinco desgraciados como yo que tuvimos la mala suerte de cruzar aquella carretera. No era la primera vez que  caigo en una redada y no era la primera vez que piso el CIE, pero esta vez sentía que iba a ser la última parada, y así fue en realidad.

Todo fue muy rápido esta vez, ni siquiera tuve la oportunidad de hablar con un abogado. Creo que eso es lo que llaman devolución en caliente; total, en aquel instante me di cuenta de que el asunto estaba muy malamente. Nada más llegar, y como no podía dormir bien en la celda, grande y fría, estuve toda la noche despierto mientras escuchaba los murmullos de algunas personas hablando en la celdas de alado, el abrir y cerrar de los grifos, frío e incertidumbre dominaban el ambiente de aquel lugar llamado CIE Aluche. Mi conciencia en aquellos instantes estaba nula, preso de cuerpo, pero mi mente y mis pensamientos vagaban por el universo de la imaginación. Estuve toda la noche repasando en mi memoria los accidentes de mi vida ¡¡cuánta injusticia!! ¡Cuánto dolor producido a los demás de una manera caprichosa e indiferente!!

Me he visto a mi mismo como un monstruo, lleno de culpabilidad. Ya no podía cambiar nada, dentro de unas horas vendrán a por mí y a por otros más, para emprender el camino de la expulsión. Realmente esté sitio me entristece mucho y deseaba marcharme de aquí de cualquier manera sin importarme mi destino.

A las cinco y media de la madrugada de aquel día, seis Policías nacionales vestidos de paisano se presentaron en el lugar. Ocho personas tienen que ir, y uno de esos ocho era yo. Esposados como verdaderos criminales nos introdujeron en un autobús calabozo, todavía no había salido el sol y me entristecía despedirme de Madrid sin ver el amanecer, aunque sea por última vez. Sentado sobre la dura silla de plástico del autobús migratorio me sentía como un ave migratoria que se prepara para volver a las cálidas lagunas del sur. Finalmente llegamos a Cádiz, el autobús se metió dentro del parking del barco con nosotros dentro. Una vez dentro, nos subieron a cubierta lejos de los pasajeros comunes quienes nos miraban como si fuésemos de otra especie que no sea la humana.

La biología dice que después de la relación sexual, el hombre deposita alrededor de 200 a 300 millones de espermatozoides, todos comienzan a nadar hacia arriba dentro de la pista para encontrarse con el óvulo. De los 200 millones que se depositan solo llegan 300 o 500. Otros se cansan en el camino porque no es una carrera fácil, y de los 300 que logran llegar al óvulo (huevo), solo uno fertilizó el huevo y en este caso el ganador es USTED.

Camino tras camino, tras camino sin papeles, fue muy duro para mí. Hoy no quiero recordar donde muchas veces estuve.

El advenimiento coincidió con un severo oleaje, inquieto y casi inseguro, quizá provocado por el comienzo de la subida de Orión hacía su posición ordinaria en el firmamento; en definitiva, como dice Todorov en Las morales de la historia «el que no conoce más que lo suyo se arriesga siempre a confundir cultura y naturaleza, a erigir el hábito en norma, a generalizar a partir de un ejemplo único: él mismo». No recuerdo qué pensador, también inteligente, dijo que los  viajes sirven  para formar la juventud y completar la Era. Una tarde gris y triste con un cielo gris impactado en las aguas del mediterráneo, mi mente no podía concebir que de la noche a la mañana iba a dejar, así de simple, a mis amigos y conocidos con quién compartía una rutina diaria; Piter, Gerard, Thomas, Manuel, Juan Ramón y Cristina, mi familia de la Comisión. Realmente, entre Madrid y Bilbao, descubrí a mis mejores amigos, y, a la vez, a dos nuevas ciudades en unos momentos ostentosos y de crisis, pero de buena convivencia social.

Un gran vacío invadió mi cuerpo en el transcurso del viaje desde Cádiz hacia Marruecos. Mi marcha improvisada se quedó inmiscuida al destino de esa amistad, natural y sincera, donde se superaron los orígenes y los genes para forjarse una verdadera hermandad entre yo y mis amig@s de Madrid y de Bilbao. Ya no había diferencia alguna entre yo y ell@s; Todos éramos de los barrios comunes, aunque de distintos puntos geográficos del planeta azul. Los encuentros ordinarios, y los momentos de vivencia, se esfumaron de la noche a la mañana, las reuniones de los fines de semana en la Tabacalera o tal vez en calle San Francisco también se esfumaron; el barco cada vez se alejaba más de las costas gaditanas. Las montañas del norte de África empezaron a visualizarse cada vez más cerca de aquellos confines donde se une el norte del continente africano con el mediterráneo.

Atrás quedó la península Ibérica y con ella muchos recuerdos, buenos y malos momentos que forman parte de la vivencia que tuve que vivir, a veces por elección propia y otras veces por la obligación que me impusieron las circunstancias a lo largo de mis recorridos migratorios.

Era una tarde gris y un cielo gris impactado en las aguas del Mediterráneo, el rugido de los motores del barco de pasajeros se entremezclaba con los chillidos de los inmigrantes expulsados mientras navegaba despacio hacia las costas Africanas. El barco comenzó a entrar en el puerto de Ceuta y  delante de mi  solo veía un mundo y un destino incierto.

Es cierto entonces, que el destino inmortaliza a tantos hombres y mujeres que cruzaron el mar, al ponerles a prueba de los difíciles momentos que vivim@s con creces. En ese encuentro memorable con la historia se ilustra una huella imborrable que, a día de hoy, se corrobora como una proeza y una elección individual y colectiva de todos aquell@s, viv@s y muert@s, que han hecho de la libertad una meta.

Continuará…

Nómada Urbano

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