La lucha contra el estigma al que se ven sometidas las personas afectadas por el VIH tiene todavía mucho camino por delante. A los años de surgir esta enfermedad, eran muchos los mitos que se concentraban en torno a ella, aunque es cierto que hoy en día, algunos todavía permanecen en las mentes más ignorantes. Aquellas pioneras convicciones de que el VIH era responsabilidad de las personas homosexuales o de drogadictos; o esos cuentos sobre la transmisión por picaduras de insectos, por convivir o incluso tocar a las personas portadoras del mismo, gracias a quien quiera que sea, quedan hoy en el pasado.
Es cierto que no podemos empoderar a estas personas desde el victimismo, porque es otra manera de reforzar el estigma, sino desde el reconocimiento de su autonomía, de su dignidad y en términos generales, de sus derechos humanos por el hecho de ser personas.
Se ve a día de hoy y se ha demostrado que es posible convivir con esta enfermedad y llegar a tener un estado de salud acorde a la situación en la que viven, demostrando que es posible una vida casi normal.
Obviamente queda mucho camino por recorrer porque siguen dándose situaciones de discriminación tanto en entornos sociales como laborales y es probablemente ese el tema por el que más se tenga que luchar, ya que el tema de de la salud y el hecho de que más personas sean capaces de vivir con VIH gracias a los tratamientos existentes es ya una realidad. Sí que es cierto que aún quedan personas que no tienen acceso a los medicamentos debido a su gran coste y esto es algo más por lo que debemos de seguir luchando.
Una enfermedad no debería nunca ser utilizada para menospreciar e infravalorar una vida, al igual que no debería serlo la condición sexual, la economía o incluso el tipo de trabajo al que se dedica una persona. El VIH es una enfermedad que somete al individuo a un cambio radical en su vida, es un duelo que cuesta superar y si encima la sociedad hace que el camino hacia su máximo bienestar se vea condenado y lapidado por prejuicios discriminativos, el proceso es todavía más difícil.
Por todo esto, el reconocimiento de su dignidad, de sus derechos y en definitiva, de su valor como persona, es el primer paso para la normalización y la eliminación del estigma. Porque es lo que somos todos ante todo, personas. Todos y cada uno de nosotros somos diferentes, todos tenemos algo que nos hace particulares ante los ojos de los demás, y no por eso se nos condena de por vida a formar parte de un colectivo discriminado. ¿Por qué debería hacerlo entonces el hecho de ser portador de una enfermedad todavía incurable? Es un castigo que se suma a las dificultades que ya trae consigo la misma.
Kaitin Junquera Vera, Ana de Luis de La Fuente, Marta Morán Dúo, Beatriz Tobalina Negro
4º Grado de Psicología: Ética Cívica y Profesional. Universidad de Deusto, Bilbao