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El presente trabajo trata de aproximarse al fenómeno de la exclusión social y las nuevas pobrezas en el marco del Estado de bienestar contemporáneo. En cierto sentido, no podemos hablar de lo nuevo sin tener en cuenta lo anterior, lo pretérito. Proponemos pensar que, en una sociedad compleja, en continuo cambio, y más aun en el contexto actual de crisis económica, las situaciones de pobreza y precariedad social van a tener como contrapunto nuevas e inéditas manifestaciones de la exclusión social y la pérdida de derechos. En consecuencia, tanto la pobreza como la exclusión social se abren camino afectando de manera muy notable a personas, familias y nuevos grupos sociales. El Estado de Bienestar se encuentra en la compleja tesitura de responder ante las nuevas situaciones de necesidad en un momento de crisis tanto económica como ideológica y moral.
Como señala Jaume Funes, el empobrecimiento, definido como merma de recursos económicos, sociales y de derechos, pero también como pérdida de la capacidad de consumo, tiene unos efectos muy significativos en la sociedad actual al tratarse de una sociedad cada vez más compleja y pluricultural. Las rupturas, las brechas, las pérdidas y las fragilidades, tanto sociales como subjetivas, se agudizan notablemente y se vuelven, en ocasiones, insalvables. Ocuparse de la pobreza tiene una dimensión ética ineludible, a saber, conseguir sociedades más justas e igualitarias. No obstante, también supone una responsabilidad pública e institucional que haga posible tanto la participación como la inclusión de una mayoría de personas y ciudadanos.
Resumen
Este trabajo propone un recorrido por diferentes autores, textos y relatos contemporáneos con la finalidad de acercarnos al fenómeno de la exclusión social y sus nuevas formas de expresión. En el presente ensayo, proponemos situar las pobrezas en el escenario de una política de cohesión social, acceso a los derechos y convivencia plural, imprescindible para pensar tanto el presente como el porvenir del Estado de Bienestar.
Se propone abordar las complejas relaciones a las que se enfrenta el Estado de Bienestar en una época marcada por la desconfianza, la crisis de las instituciones y los avances de un neoliberalismo que propone la desregulación de los mercados y la no intervención pública. A continuación, y durante el desarrollo del presente artículo, se trata de situar algunas de las coordenadas que permitan pensar sobre las fragilidades del vínculo social en nuestras sociedades, apoyándose en el trabajo de reconocidos autores y sociólogos como Ulrich Beck, Zygmunt Bauman o Richard Sennet, entre otros.
En este sentido, se propone abordar el concepto de exclusión como proceso multidimensional y complejo, en consonancia con la coyuntura social, política y económica actual. Una época atravesada por procesos de globalización y revolución tecnológica que conviven con estados de precariedad e inseguridad que amenazan peligrosamente el vínculo social.
El debate privatizador
En la actualidad podemos observar cierto agotamiento del Estado de Bienestar en cuanto a sus posibilidades para ofrecer servicios y dar respuesta a las nuevas situaciones de necesidad, tanto en su capacidad de gestión y organización, como financiera. A su vez, nos encontramos en una situación de crisis económica donde la gestión pública se orienta hacia la racionalización del gasto. En esta misma lógica, los defensores del neoliberalismo están imponiendo fuertes medidas de recorte social y austeridad a los gobiernos nacionales, dejando al margen del sistema productivo a millones de personas que empiezan a sufrir procesos emergentes de pobreza y exclusión social.
Como señala González Rabanal en su artículo “La necesidad de repensar el Estado de Bienestar”, con respecto al debate privatizador, es aconsejable distinguir las diversas modalidades entre las que se puede optar. Desde la transferencia de la producción directa a favor del sector privado hasta el establecimiento de mecanismos reguladores de la actuación privada en un campo de experiencia tradicionalmente reservado al sector público. Se puede, por tanto, privatizar la producción, garantizando públicamente la provisión del bien o servicio. “El Estado de Bienestar debe garantizar la provisión de ciertos bienes y servicios socialmente preferentes, pero ello no supone necesariamente que sea el sector público quien asuma de forma directa su producción, que deberá coordinar con los intereses de las instituciones surgidas de la iniciativa social“.
En cualquier caso, el porvenir del Estado de Bienestar pasa por su capacidad para responder satisfactoriamente a los cambios operados en la estructura social y en el contexto económico, sin abandonar el ideal de cobertura alcanzado. En este sentido, el presente trabajo sostiene una idea de continuidad con respecto al desarrollo del marco de bienestar alcanzado y sus posibilidades futuras de expansión, alejándose de aquellas propuestas que proponen la des-responsabilización pública y el retorno al libre mercado.
En el contexto actual del Estado de Bienestar cabe destacar también otras formas de apoyo, privatización y externalización de servicios promocionadas desde la iniciativa social y la participación ciudadana mediante las organizaciones de Tercer Sector. Estas formas de organizarse que se conocen como privado-social constituyen un desplazamiento importante, no sólo porque actúan entre el Estado y el Mercado, entre lo público y lo privado, sino también por la expansión de este tipo de organización y participación ciudadana. Estas organizaciones interactúan entre lo legal-formal de lo público y lo eficiente productivo del mercado, creando un conjunto de redes que conforman un complejo sistema social, político y económico propio.
La degradación de la condición salarial, la quiebra de los sistemas de protección social y la fragilidad del vínculo social. A continuación, proponemos una serie de ideas y conceptos de cara a poder pensar sobre este rasgo de nuestra época: la fragmentación del vínculo social.
La sociedad del riesgo
El sociólogo alemán Ulrich Beck acuñó hace unos años el término “sociedad de riesgo” para definir la dinámica a la que se ven arrastradas las sociedades occidentales. Su obra “La sociedad del riesgo”, publicada en 1986, tuvo un gran impacto al situar en el horizonte de nuestra época las nuevas coordenadas que marcaban las fronteras de la desigualdad y la inseguridad. Si hasta entonces, las desigualdades se basaban en estructuras de clase que afectaban a colectivos sociales homogéneos, en la actualidad estaban siendo profundamente transformadas por fuertes procesos de individualización y de fragmentación social.
Estas metamorfosis de lo social no eran si no el efecto de profundos cambios producidos por la globalización y la revolución tecnológica. El riesgo se democratizaba de manera alarmante, pudiendo afectar de manera inesperada a personas y grupos que hasta entonces habían permanecido en unas condiciones de vida dignas, estables y seguras.
Estados de precariedad e inseguridad permanentes
En la actualidad nos encontramos en un periodo de crisis y agotamiento de las seguridades que en otros tiempos nos sirvieron para interpretar e intervenir en el mundo social. La crisis de las ciencias sociales y el desmontaje del Estado de Bienestar, junto a los vertiginosos cambios asociados a la globalización y la expansión mundial del capitalismo, han puesto en sospecha las certidumbres que predominaron en otras épocas.
Estas transformaciones nos llevan a una nueva configuración y estructura de la sociedad caracterizada por acontecimientos de inestabilidad personal, laboral y comunitaria que derivan en nuevos modos de segregación y precarización de las vidas. El sociólogo Pierre Bourdieu destaca tres efectos producidos por este estado de permanente precariedad en el que vivimos: inseguridad del nivel social, incertidumbre respecto al futuro de los medios de vida, y abrumador sentimiento de “no controlar el presente”.
Es lo que el sociólogo Zygmunt Bauman califica como un cambio de paradigma, el paso de la modernidad solida a la liquidez contemporánea, que afecta notablemente a la precariedad del vínculo social. Por su parte, el psicoanalista francés Eric Laurent sostiene que el efecto crisis produce una incertidumbre masiva que se manifiesta en “síntomas de la desagregación de los lazos sociales” devenidos de la crisis de las representaciones de la autoridad, entre otras.
Cambios en la subjetividad
“El triunfo de la razón moderna no significó la emancipación del sujeto, sino el empobrecimiento de su subjetividad, de sus relaciones con otros y el deterioro de su entorno; ha significado la masificación de la vida de muchos, correlativa a su individuación, pero también la fragmentación y la insularización social, debilitando la posibilidad de emergencia de fuerzas sociales que impugnen el modelo económico y cultural predominante a nivel mundial. En lugar de individuos libres u autónomos, la modernidad capitalista reduce la individualidad casi exclusivamente al ámbito del trabajo que desempeña (rol) y al consumo que practica.”
Autores como Ulrich Beck fueron muy claros en marcar las diferencias entre una primera modernidad centrada en las estructuras y una segunda modernidad centrada en los flujos (o “líquida” como diría Bauman). Una lógica de flujos que encuentra su propia racionalidad en el riesgo, en la precariedad y en la incerteza. Una “individualización sin lazos”, que construye subjetividades más frágiles, de manera que tanto la identidad como la comunidad se tornan conceptos flexibles y lábiles. Evidentemente los efectos eran mayores para aquellos que partían de condiciones más precarias o frágiles, pero lo singular es que brotaban nuevas fronteras y situaciones de riesgo en esferas sociales hasta entonces salvaguardadas.
Por otra parte, la idea de “superfluos”, para denominar a las poblaciones sobrantes, nos acerca a los trabajos de Richard Sennett. Sus trabajos sobre individualización y sobre la ruptura de las estructuras en las que se articuló la modernidad (familia, trabajo…) han sido determinantes para localizar al sujeto de la postmodernidad.
Como señala Zygmunt Bauman en su libro “Trabajo, consumismo y nuevos pobres”, no es lo mismo ser pobre en una sociedad que se rige por la promesa de un trabajo para toda la vida, que serlo en una sociedad que puede producir lo necesario sin la participación de una amplia y creciente porción de sus miembros, que pasan a engrosar las filas de la población superflua. Una cosa es ser pobre en una comunidad con trabajo para todos; otra, totalmente distinta, es serlo en una sociedad de consumidores cuyos proyectos de vida se construyen sobre las opciones de consumo, y no sobre el trabajo y el empleo disponible. La diferencia modifica notablemente la situación, tanto en lo que se refiere a la experiencia de vivir en la pobreza como a las oportunidades y perspectivas de escapar de ella.
Poblaciones superfluas
Por su parte, el sociólogo Zygmunt Barman, en su libro “Vidas Desperdiciadas” advierte que la producción de residuos humanos o, para ser más precisos, las poblaciones “superfluas” de emigrantes, exiliados, refugiados, personas sin hogar y demás “parias” son un efecto del progreso económico y la búsqueda del orden característicos de la modernidad. Ordenar, clasificar y segregar son algunas de las directrices, a veces ocultas, del programa de la modernidad.
El autor sostiene que el sistema no tiene ningún tipo de propuesta para “reciclar” a esos hombres residuales, así que finge ocuparse del problema. Se da, entonces, un paso del Estado social inclusivo, a un “Estado excluyente”, sustentado en el control de las fronteras, en la construcción de macro-cárceles y CIEs que pasan a ser “centros de destrucción de los residuos humanos” y en un desplazamiento de las preocupaciones públicas relativas a la seguridad personal.
“Cómo convivir con los otros” es un problema omnipresente de la sociedad occidental al que el autor de “Modernidad líquida” ha dedicado gran parte de sus investigaciones en el campo de la sociología, a lo largo de su dilatada vida. En su análisis, Bauman nos presenta algunas de las principales estrategias utilizadas, y previstas en el programa institucional, para hacer con la vida en común: la separación del otro excluyéndolo, la asimilación del otro despojándolo de su otredad, o su destrucción e invisibilización radical. Conocer la lógica que subyace en el tratamiento de la biopolítica, las estructuras de poder y la gestión de la otredad, son sin lugar a dudas un primer paso, imprescindible, para poder pensar las estrategias a seguir en el tratamiento de las poblaciones y los procesos de exclusión en el marco de los Estados de bienestar.
Modernidad líquida
La idea de la época contemporánea como un tiempo de modernidad líquida dibuja un nuevo escenario caracterizado por varios aspectos que hacen referencia al poder, la política, los espacios de convivencia y la nueva responsabilidad del individuo. Bauman identifica cinco aspectos que han provocado la configuración del nuevo escenario líquido:
- El paso de una modernidad sólida a una modernidad líquida en la que las formas sociales ya no sirven como referencia para las acciones humanas y las estrategias a largo plazo.
- La separación entre política y poder.
- La gradual pero sistemática reducción de los seguros públicos que priva a la acción colectiva de gran parte de su potencial y socava los fundamentos de la solidaridad social.
- El colapso del pensamiento, de la planificación y la acción a largo plazo.
- La responsabilidad del individuo de soportar las consecuencias de sus elecciones que ya no tienen unas normas a las que ceñirse sino que deben guiarse por la flexibilidad: cambiar de tácticas, identidades y estilos, abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, en función de las demandas del mercado.
A nivel local las obsesiones por el miedo y la seguridad provienen de la desaparición de las comunidades y las corporaciones que antiguamente definían las normas de protección y velaban por su cumplimiento. En la actualidad, es el individuo el que debe ocuparse de sus asuntos y hacer frente a cualquier contingencia.
Globalización
Desde la década de los noventa asistimos a procesos de globalización económica y tecnológica que dotan a las empresas de un mayor poder de decisión capaz de implantar nuevas formas de capitalismo que se caracterizan por la flexibilidad en el mercado laboral. La nueva realidad mundial se presenta con una economía globalizada sustentada en una concepción neoliberal del mundo. Un proceso que afecta a las relaciones laborales, sociales y personales. Las nuevas relaciones marcadas por la globalización neoliberal influyen y son determinantes, por ejemplo, en las relaciones familiares. En este sentido, la crisis del Estado de bienestar no es económica, sino que son determinantes sociológicos y culturales las que la sustentan.
“El Estado de Bienestar, que había traído consigo altas cotas de igualdad y solidaridad colectivas, se empezó a cuestionar en los años ochenta por las ideas neoliberales que intentaron erosionar el consenso que había existido durante años sobre las políticas sociales. Una ofensiva que se reforzó con el discurso conservador del agotamiento del paradigma Keynesiano en economía, la caída del muro de Berlín, la democratización de los países del centro y el este de Europa y la aceleración del proceso de globalización económica, cuyos referentes ideológicos y políticos más importantes fueron Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos, posteriormente en el año 1992 apareció el libro de Francis Fukuyama, “El fin de la historia y el último hombre”, que proponía como única opción viable el liberalismo democrático frente a la crisis, que debería constituirse como un pensamiento único, donde las ideologías ya no serían necesarias y tendrían que ser sustituidas por la economía.”
Más recientemente, los trabajos de Ulrich Beck se centraron en los temas vinculados a la globalización, frente a la cual circunscribe su concepto de “cosmopolitismo”. Su Manifiesto Cosmopolítico quiso ser un diagnóstico de una sociedad en la que el Estado-Nación ya no es capaz de promover las condiciones básicas de convivencia y seguridad. En consecuencia, los Estados debían buscar acomodo, no tanto en una globalización o universalidad vacía de contenidos, como en una concepción cosmopolita y plural que aceptara como valor central el reconocimiento de la diversidad. “En todo el mundo, la sociedad contemporánea está sometida a un cambio radical que plantea un reto a la modernidad basada en la Ilustración y abre un ámbito en el que las personas eligen formas sociales y políticas nuevas e inesperadas.”
En esa línea, y de manera coherente con sus trabajos previos, marcó la importancia de repensar el progreso, y los grandes retos de esta segunda modernidad desde lógicas transnacionales. Reformulando nuevos espacios como la Unión Europea, con partidos “cosmopolitas”, que operasen a escala transnacional. Dedicó especial atención a los nuevos movimientos sociales como espacios de experimentación que podían contribuir a la promoción de esos nuevos escenarios. Sus trabajos no estuvieron exentos de críticas. Sobre todo en relación al concepto de riesgo, que no diferencia entre elementos objetivos (situación de clase, condiciones vitales, laborales, etc.), de los factores más subjetivos. Sus posiciones sobre la Unión Europa o sobre su “cosmopolitismo” fueron tachadas de ingenuas por algunos de sus detractores.
El capitalismo impaciente
En un texto de reciente publicación, Eugenio Díaz pone el acento en la deriva actual de lo que denomina como el “capitalismo impaciente”, en su desenfrenada carrera por obtener la mayor rentabilidad en el menor tiempo posible. Sus investigaciones le permitirán captar el impacto y las consecuencias subjetivas y sociales que tiene esa impaciencia en la vida cotidiana de las personas: sus efectos de alienación, des-responsabilización y desamparo. Parece confirmar la tesis del gran sociólogo del trabajo Richard Sennet, que nos recordaba que el capitalismo se estaba volviendo cada vez más hostil a la vida.
Coincidía en eso con otro gran pensador, Zygmunt Bauman, cuando sostenía contra viento y marea que se estaba produciendo un desplazamiento desde la noción de ciudadano hacia la conversión en consumidores (consumidos y consumibles), empujados al trabajo máquina. Los derechos de los trabajadores pasan a convertirse en el obstáculo, frente a lo dinámico, versátil, y flexible que demanda el nuevo contexto del mercado de trabajo, considerándolos como eufemismos de precariedad, fragilización, y segregación. La trampa de esta lógica, la podemos ver también en el discurso del nuevo y flamante presidente de los Estados Unidos Donald Trump, es que el otro (cualquiera, su vecino, un refugiado) es siempre competidor, enemigo, culpable y en consecuencia desechable.
“¿Qué lugar queda entonces para aquellos que no siguen ese ritmo infernal? Afortunadamente, la realidad es más compleja que reducir el hombre y sus actos a una máquina programable. Hay otra lógica posible para entender y operar con la fragilidad humana. Otra manera de hacer con el trabajo, con la vida, en nuestra época. Se trata de una pragmática, por tanto de una manera de hacer que incluye como punto de orientación el valor de las diferencias, de la cooperación y la corresponsabilidad.”
Las fragilidades son lo más profundamente humano, lo señalaba María Zambrano en sus textos sobre el exilio. Atender estas fragilidades, ocuparse de ellas, es el reto de una sociedad democrática que apuesta por hacer frente a la exclusión tributaria de ese capitalismo impaciente, que no tiene espera para aquellos que necesitan otro tiempo, el suyo propio.
La exclusión como proceso multidimensional y complejo
La constatación de la multidimensionalidad y la complejidad que presentan los problemas sociales de los sectores de población más desfavorecidos, que no son exclusivamente la falta de ingresos, hace que sea necesario complementar el análisis de las desigualdades económicas y de la falta de ingresos con otras perspectivas más amplias. En su texto “Exclusiones. Discursos, políticas y profesiones”, coordinado por José García Molina se analiza el concepto de exclusión que se extiende en Europa y permite incluir tres aspectos claves de esta concepción de las situaciones de dificultad: su origen estructural, su carácter multidimensional y su naturaleza procesual-dinámica. La tradición del término exclusión, entiende que este es un proceso social de pérdida de integración que incluye no sólo la falta de ingresos y el alejamiento del mercado de trabajo, sino también un debilitamiento de los lazos sociales, un descenso de la participación social y, por tanto, una pérdida de derechos sociales. Dicho concepto muestra el continuo que va desde la integración social plena hasta la exclusión más intensa. Este continuo representa el carácter procesual, la dinámica de la exclusión y de la integración social.
Hablar de exclusión social es adentrarse en un terreno controvertido donde las categorías de análisis convergen con las ambivalencias, las percepciones y los malentendidos acerca de las distintas formas que adopta el malestar contemporáneo en el capitalismo global. Es por ello, que las disciplinas, las políticas, la academia y los diversos agentes que concurren en este ámbito, tienen un compromiso con la clarificación de las categorías de análisis y las políticas de acción social. No es lo mismo la pobreza que la vulnerabilidad, el desamparo, el riesgo o el acceso a los bienes de consumo. Sin embargo, podemos pensar que estas nociones y categorías tienen a su vez elementos en común.
En cierto sentido, la exclusión social nos afecta a todos. En nuestros días, los procesos de segregación a los que nos venimos refiriendo, así como las dificultades para formar parte y tener un lugar en lo social, tienen un valor sociológico y un coste subjetivo para cada uno de nosotros. Tomados en su conjunto las diversas formas que adquiere la exclusión social afectan, sin ir más lejos, a gran parte de la población, en diferentes grados. En este sentido, no es menospreciable, para una mayoría de la población, la posibilidad de verse confrontada con situaciones de precariedad o vulnerabilidad. No obstante, estas carencias afectan de forma notablemente diferente a buena parte de la población, estableciéndose mecanismos de compensación y protección del vínculo social. Así, los problemas que muchas personas tienen en su paso por el sistema educativo, por ejemplo, son a menudo superados gracias a las habilidades y competencias adquiridas con la propia experiencia laboral; una merma en los ingresos puede no tener efectos de exclusión si se cuenta con una vivienda; las relaciones familiares y sociales en ocasiones contrarrestan los problemas que puedan surgir en el mercado de trabajo o en el acceso efectivo a ciertos derechos sociales o políticos, tanto en su dimensión material (bienes y servicios) como simbólica (pertenencia e identidad).
La exclusión se entendió como una negación de derechos sociales y oportunidades fundamentales, definiéndose como un proceso de desafiliación social, económica y relacional, que se constituye como un problema multidimensional, tanto en sus causas (desempleo, bajos ingresos, enfermedad, ruptura familiar…) como en el acceso precario a los derechos que constituyen la ciudadanía. Existe déficit de ciudadanía cuando no se está en disposición de ejercer con plenitud todos los derechos.
Por todo ello, el presente trabajo trata de aproximarse a los diversos y múltiples procesos que excluyen a las personas de los lugares de cohesión y promoción social. Entre ellos, la precarización del trabajo y las relaciones humanas, la vulneración de derechos, la discriminación y la desigual distribución de las riquezas materiales y culturales. Por otro lado seguimos cuestionando ¿pueden tantas situaciones diferentes ser dichas y comprendidas gracias a un solo concepto?; ¿No pretende la exclusión social agrupar un cajón de sastre hecho de situaciones problemáticas diversas que no afectan solo a un grupo social concreto?; ¿Quiénes son o somos los excluidos?
Como señala el informe FOESSA (Informe sobre exclusión y desarrollo social en España), al plantear el análisis de la exclusión social se trata en primer lugar identificar y describir estos procesos a partir de una metodología coherente con la concepción multidimensional que presentan. Este planteamiento trata de ser la base para, a continuación, avanzar en un abordaje más explicativo de los procesos de exclusión social que incorporen una perspectiva más dinámica, que expliciten la lógica espacial con la que se presentan y que nos permitan entender mejor las causas que los provocan.
Interesa la acumulación de determinadas circunstancias problemáticas que ponen en cuestión el propio vínculo social. Pero es igualmente relevante saber cómo las distintas dimensiones de la exclusión social afectan al conjunto de los hogares y a los distintos colectivos. No hay un solo proceso de exclusión e integración social, unívoco y unidireccional. Más bien al contrario, la construcción y mantenimiento del vínculo social se concretan en formas muy heterogéneas y presentan dinámicas con una relativa autonomía. La exclusión social debe estudiarse, por tanto, en su multidimensionalidad, atendiendo a cada uno de estos procesos por separado.
A partir de las diversas experiencias de investigación sobre las condiciones de vida de la población excluida se proponen tres ejes de elaboración: el eje económico (la producción y la distribución), el eje político (la ciudadanía política y la ciudadanía social) y el eje relacional (la ausencia de lazos sociales y las relaciones sociales perversas).
Nuevas pobrezas: Infancia, mujer e inmigración
En el presente epígrafe destacamos un caso concreto, referido al contexto español. Como señalan los diferentes informes FOESSA, cuando se describen las nuevas realidades, complejas y cambiantes, se intenta poner la pobreza en relación con diferentes realidades sociales y grupos de población. Las referencias que encontramos en los textos e investigaciones más recientes se centran en tres grupos: las personas de edad, las mujeres y los jóvenes. En los últimos trabajos se ha introducido la infancia así como la emigración y los refugiados.
Sin embargo, las carencias derivadas de las nuevas situaciones de pobreza tienen impactos diferentes según los ciclos vitales, el empleo, la clase social o las posibilidades de autonomía y emancipación crecientes. Entre otros motivos debido a la actual crisis financiera y económica, las situaciones de necesidad y carencia han cambiado, de manera que podemos advertir nuevas formas de pobreza, así como fenómenos sociales específicos.
Una de las notas más sobresalientes del nuevo análisis de la pobreza en España es el redescubrimiento de la pobreza infantil (FOESSA 2008). La tasa de pobreza infantil en España no sólo es mayor que la de la media de la población (uno de cada cuatro niños vive con rentas por debajo del umbral), sino que es una de las más altas de la Unión Europea. Esta realidad es especialmente visible en el caso de los hogares monoparentales o de las familias numerosas. Entre los factores que explican esta situación destaca, en primer lugar, que el bienestar económico de los niños se ha hecho cada vez más dependiente de las rentas del trabajo, aumentando su riesgo de pobreza cuando los sustentadores carecen de estabilidad laboral. El otro gran factor determinante es el sistema de prestaciones sociales. La red actual de prestaciones monetarias aporta una menor protección relativa a la infancia que al resto de la población.
Con todos los límites inherentes a los intentos de medir las diferencias de pobreza por sexos, destaca la persistencia de tasas mayores en el caso de las mujeres. Los resultados presentados demuestran que este mayor riesgo no sólo está asociado a determinadas tipologías de hogar, sino a características muy concretas del mercado de trabajo (las brechas en salarios, tasas de actividad y empleo siguen siendo muy elevadas). Además, la segregación horizontal y vertical en las ocupaciones propician una sobre-representación femenina en ocupaciones con bajos salarios y a tiempo parcial. Las implicaciones sobre la pobreza son notables, hasta el punto de que en algunos grupos, como los hogares monoparentales, se reduciría sustancialmente la pobreza si el trabajo femenino fuese retribuido.
La mayor novedad en el patrón de pobreza en España es, probablemente, la emergencia de la inmigración como uno de los colectivos con mayor riesgo. Los bajos niveles salariales, la segregación ocupacional, la necesidad de atender altas cargas familiares, así como un acceso más limitado servicios sociales y sanitarios básicos hacen que el riesgo de pobreza sea considerablemente superior al de la población nacional. Esta realidad introduce notables tensiones en el patrón distributivo español y suscita la necesidad de respuestas más decididas de la intervención pública.
Para finalizar, los estudios confirman que España registra un alto porcentaje de pobres transitorios en comparación con otros países que tienen niveles similares de pobreza. Esta evidencia está relacionada con las singularidades de nuestro mercado de trabajo y suscita serios interrogantes respecto a las implicaciones de la flexibilización de estos mercados. Los contratos temporales determinan un incremento de la probabilidad de experimentar pobreza no sólo a corto sino también a medio y largo plazo. Una última conclusión relevante es que la mayoría de las transiciones dentro y fuera de la pobreza están relacionadas con cambios laborales de los miembros del hogar o con las transferencias sociales recibidas. Tales resultados refuerzan la necesidad de adecuar la red de prestaciones sociales a niveles que reduzcan la recurrencia de la pobreza y a considerar la legislación laboral como un instrumento crucial para limitar las entradas en dicho estado.
Conclusiones
- En nuestros días, asistimos a fenómenos inéditos de disgregación del tejido social, donde los individuos se encuentran inmersos en un escenario complejo, caracterizado por desequilibrios demográficos, inseguridad, un creciente individualismo y diversas precariedades tanto en el plano laboral como en el personal.
- La constatación de la multidimensionalidad y la complejidad que presentan los problemas sociales de los sectores de población más desfavorecidos, hace que sea necesario complementar el análisis de las desigualdades económicas y de la falta de ingresos con otras perspectivas más amplias.
- El programa institucional tiene serias dificultades para responder ante las problemáticas emergentes, debido a que éstas no están estrechamente ligadas al mercado de trabajo ni a la producción, como por ejemplo el aislamiento de las personas mayores, las adicciones, las situaciones de riesgo derivadas de la desestructuración familiar y laboral, o las nuevas enfermedades de la abundancia y la sociedad de consumo.
- Ocuparse de la pobreza es, en este sentido, responder a los interrogantes fundamentales sobre el bienestar y la vida en sociedades complejas, atendiendo a las nuevas configuraciones de lo social, lo político y lo humano. Una respuesta frente al horizonte de una época, la nuestra, marcada por el signo brutal e inequívoco de la fragmentación y la ruptura de los lazos sociales.
- Recientes estudios sitúan algunos grupos de población que devienen especialmente vulnerables a las nuevas situaciones de pobreza, destacando la inmigración, la mujer y la infancia.
- En la actualidad asistimos a nuevos modos de segregación. Las poblaciones “superfluas” son un efecto del progreso técnico-económico global y la búsqueda del orden característicos de la modernidad neo-capitalista. Ordenar, cosificar y segregar son algunas de las directrices, a veces ocultas, del programa actual de la modernidad.
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Para terminar, quería recordar las palabras de María Zambrano. Su concepto del exilio como categoría explicativa del ser humano supone un imprescindible aporte para poder pensar en las nociones contemporáneas sobre las exclusiones y las desinserciones sociales. El exilio es, para Zambrano, la condición esencial del ser humano. Una condición dramática y marcada por un profundo e íntimo desarraigo de uno mismo. Ella nos muestra con gran precisión ese sentimiento de extranjería de uno mismo, de vacío, de no ser. El desamparo estructural que acompaña a toda vida humana. Recuperamos, pues, las palabras de la filósofa malagueña de cara a poder pensar en la noción de exclusión social en nuestra época; una época, la nuestra, marcada por un profundo e íntimo desarraigo, estructural e ineludible, para toda vida humana.
“Camina el refugiado entre escombros. Y en ellos, entre ellos, los escombros de la historia.” María Zambrano
Cosme Sánchez Alber
Comisión Ciudadana Antisida de Bizkaia
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