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Como señala Carlos Alberto Pacini* en su texto sobre el grafiti:
“Por norma general, toda trama urbana, expresa cambios sociales que penetran a la cultura dominante, queriendo romper los límites de las indiferencias sociales para ocupar el espacio de la incomodidad”
Ciertamente, un notable número de prácticas, formas y expresiones que se desarrollan en el campo de lo social incomodan e inquietan notablemente, son denostadas, o molestan a aquellos que todo lo quieren controlar. En ocasiones se trata de modos de funcionamiento que van a contra-corriente de otros ya establecidos e institucionalizados; prácticas que deforman, desplazan y reasignan significados nuevos, a veces incluso, fuera del sentido común. Hay una dificultad estructural para admitir lo diverso, lo plural, las diferencias; que por otra parte, son precisamente aquello que nos humaniza. En otro sentido, estas “tramas sociales” nos advierten de ciertos cambios sociales y cuestiones emergentes que, a veces, pasan desapercibidas. Estar atento a lo que ocurre, a las nuevas formas del malestar en la cultura, a las realidades y a las metamorfosis de lo social, es en todo caso tarea de la política, la educación, las artes y demás disciplinas del campo de las ciencias humanas.
Estas producciones, y otras, se apartan de la tradición más clásica produciendo una renovación tanto de las formas como de sus significaciones; en ocasiones abren nuevos escenarios y caminos que permiten ciertos desplazamientos y transiciones con respecto de los medios tradicionales de expresión. En este sentido, prácticas como el grafiti, el hip hop, el punk o la pintura mural callejera, forman parte de una “resistencia” cultural que le es propia. Una cierta forma de incomodidad y disidencia que forma parte de su seña de identidad.
Frente al discurso hegemónico y globalizante existen, a veces, otras formas de hacer, de vivir, de satisfacerse, en definitiva; de okupar un lugar en el mundo. Utilizando nuevos modos de expresión, formatos inéditos, diferentes medios y usos, tanto de los espacios público-privados como de los elementos ambientales, los residuos, los desechos y los lienzos de otras épocas. Formas singulares de enunciación que no requieren del espacio de un museo, ni del reconocimiento de la academia. Lo que las autoriza es más bien, el acto de autorizarse a uno mismo. Es algo que la burocracia postmoderna no puede comprender, ni soportar. Es en este sentido, que van un poco a “contra-corriente”. Algo que empuja más allá de las autorizaciones, del poder de las evaluaciones y los diplomas universitarios. Un acto que no requiere de la autorización de ningún Otro.
A veces se trata de actos que emergen en oposición a lo establecido por una cultura como ideales de convivencia ético-estéticos; o en respuesta a un medio que, en no pocas ocasiones, se nos muestra indiferente y hostil a nuevas formas de satisfacción, en tanto en cuanto se singularizan. Otras veces, es fruto de elaboraciones artísticas y modos de expresión urbanos diversos que también reclaman su lugar, y su parcela. En cualquier caso, lo que queda es una marca, un nombre, un rastro. Una huella que dice algo, nombra un malestar, un anhelo, e incluso cifra una nada; una ausencia de significaciones. Quizás sea esto lo más incómodo en nuestros días; la tachadura, la marca que no dice nada, en un mundo que lo quiere saber todo, híper-vigilante tras los acontecimientos del 11 S. Un mundo que pretende saber todo de todo el mundo. Controlarlo todo, legislarlo todo, contarlo todo, evaluarlo todo, verlo todo, decirlo todo… un mundo que no admite que hay siempre algo que no se puede decir, ni contar, ni evaluar, ni ver, ni prevenir, ni curar. Que existe el acontecimiento imprevisto, lo contingente y lo inesperado en toda manifestación humana.
Es sabido como el movimiento punk de finales de los setenta se opone a los convencionalismos sociales de su época, utilizando de forma crítica tanto su indumentaria como su música. Bandas como los Sex Pistols y los New York Dolls exponían de manera violenta su inconformismo a las normas vigentes y a las exigencias del establishment de la época. También los surrealistas harán uso del objeto para subvertirlo, de manera que pudiera ser reciclado para producir otras expresiones culturales espacio-temporales. Este concepto de contra-cultura, hoy en desuso, ha promovido diversas concepciones ideológicas y políticas; estando dotado de sus propios recursos simbólicos, que le otorgan una imagen social diferente a la cultura social dominante.
Frente a estas tendencias, cobra valor un arte “de resistencia”, un arte de los desechos y los restos, en disarmonía con el ideal de la época, el mercado y las ciencias. En una producción que no se centra tanto en los géneros tradicionales sino que rescata otros subgéneros. A su vez, se trata de un fenómeno que indaga e investiga sobre las posibilidades de ocupación de otros espacios y lienzos ha habitar; espacios no convencionales, olvidados, muertos, que se convierten en único medio de expresión para muchos. Donde cada uno crea un espacio y un tiempo propios, donde poder alojar su palabra, su estilo, su tachón; su marca única, irrepetible y singular. Más allá de las autorizaciones, las burocracias, los permisos y los comités de expertos, que ya cuentan con su lugar y su rédito propio, en un mundo indiferente, sino hostil, a nuestros proyectos.
EL GRAFITI EN NUESTROS BARRIOS
EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA
28 de Marzo en EXPOGELA/BILBAO HISTÓRIKO
Calle San Francisco 32
Cosme Sánchez
Técnico en intervención social
Comisión Ciudadana Antisida de Bizkaia
Pacini, C.A. (2010). El grafitti. Historia social, origen y desarrollo en América. Cuatro casos en Mendoza.