Barrio de San Francisco, Bilbao
Los/as Educadores/as Sociales que trabajamos diariamente con personas y somos conocedores/as de la carga que arrastran en su equipaje de vida, nos impregnamos de realidades crueles e injustas, y aunque resulte complicado, debemos despojarnos de los juicios de valor, para llegar realmente a empatizar con ese dolor que no les abandona, y así hacérselo sentir. Sólo así es posible que conectemos con ellos y ellas y lleguemos a establecer el vínculo necesario para que nos permitan acompañarles en su proceso de reincorporación social.
Es evidente que su trayectoria personal es fiel reflejo de lo que han vivido, y que episodios negativos se suceden una y otra vez sumándose a esa mochila pesada que les acompaña día y noche. Cada amanecer esta carga se hace aún mayor, cuando las ilusiones y la esperanza quieren despertar, pero se topan con puertas de rechazo social, trámites interminables, el no por respuesta, cansancio, apatía, pasividad, malas contestaciones, prepotencia,…
A los/as profesionales de la Educación Social se nos hace ver la importancia y necesidad de desconectar de nuestro trabajo cuando salimos de los diferentes recursos en los que se sucede el acompañamiento a estas personas, pero también es una realidad que nuestra intervención precisa de una implicación que suele estar sujeta al criterio de cada uno/a de nosotros/as. Cuando ésta se valora como necesaria y justa, y a ello se suma el agradecimiento de corazón de la persona o personas a las que la hemos dirigido, creo que nuestro trabajo culmina con una satisfacción personal que no tiene precio.
En mi caso llevo varios años vinculada al ámbito de prisión, fundamentalmente por mi trabajo (desgraciadamente, no estable) realizando sustituciones como educadora en un Piso de Acogida para mujeres que cumplen condena en el C.P. de ARABA/ÁLAVA, y que gestiona la Asociación ADAP de la que también soy voluntaria, y que me permite acceder al Centro Penitenciario cada miércoles para poder hablar con las mujeres que así nos lo demandan en ambos módulos de la prisión…
Las paredes de este piso de Vitoria son testigo de las lágrimas y alegrías de tantas y tantas mujeres con las que se comparte un período de su vida vinculado a prisión, y sujeto a lo que determine la Junta de Tratamiento del Centro Penitenciario… En una ciudad que no suele ser la suya y alejadas de una familia a la que añoran, pero que también las conduce al dolor, malestar y desesperanza,…
El pasado mes de Agosto y en plenas fiestas de Vitoria, pude compartir un momento realmente especial y único en mi experiencia como educadora, pues pude estar presente en el encuentro entre una mujer del Piso de Acogida y su hija, después de veintitantos años sin verse, produciéndose éste en la estación de autobuses… Ella misma nos había solicitado poder acompañarla, porque en el interior de esta mujer y madre anidaba el nerviosismo y temor a posibles reproches, que el tiempo tarde o temprano previsiblemente se encargue de sacar, pero que ese día no tenían cabida, pues las lágrimas, la alegría, la emoción y contemplarse la una a la otra eran suficientes. La dejó siendo una niña de 7 años junto al resto de sus hermanos/as, huyendo de un infierno de vida en la que los abusos de su propio padre, sucederían posteriormente a los del hombre con el que la obligaron a “casarse” siendo aún una adolescente, y que la sometería a todo tipo de vejaciones, desprecios,… Aún y todo esta mujer tiene una fuerza y un brillo especial en la mirada, que me hacen admirarla. Yo también le quiero dar las gracias por haber querido hacerme partícipe de ese momento en el que además se sintió como una artista, porque me pidió que hiciera fotos y lo grabara con el móvil del piso, para tener un recuerdo de ese inolvidable día, que por cierto, hasta el cielo estaba precioso.
Mª Lourdes Busteros Urbina
Educadora Social y Máster Drogodependencias
9 de Septiembre de 2016
