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¿Por qué algunas personas, independientemente de su edad y condición, ante situaciones adversas, a pesar de que todo predice una evolución negativa, logran salir adelante y retomar el desarrollo de manera positiva? Esta pregunta ha sido el punto de partida de los estudios sobre resiliencia, entendida como “la capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y ser transformado positivamente por ellas”.
Grafiti en el barrio de Bilbao La Vieja
Es preciso señalar que las personas poseemos resiliencia de forma innata pero que también se puede enseñar y mejorar. Esta posibilidad hace que centremos nuestra mirada en los profesionales de la educación, y en concreto de la educación social. Y no solamente por el hecho de que los educadores somos agentes de intervención y promotores de resiliencia, sino por la propia naturaleza de nuestra profesión. En nuestro trabajo, con relativa frecuencia, se viven momentos difíciles, de desánimo, incluso momentos en los que nuestra integridad física y/o psicológica se ve amenazada y/o lastimada. Sin un adecuado nivel de resiliencia el día a día en nuestra profesión resultaría ser algo muy difícil de llevar. La resiliencia nos permite tener una salud y una fortaleza emocional necesarias para afrontar las adversidades que tienen lugar a lo largo de nuestras jornadas.
Por otra parte, la mayoría de los educadores trabajamos con colectivos vulnerables en riesgo o situación de exclusión social, precisamente los grupos sociales que más necesitan de resiliencia y con los que se más se debería trabajar socioeducativamente en este ámbito. Es sabido que para realizar una adecuada intervención y promoción de la resiliencia no solo hay que disponer de las estrategias, conocimientos y herramientas necesarias. Es necesario también que los profesionales tengamos un grado aceptable de resiliencia propia ya que difícilmente se puede educar en algo de lo que no se dispone o no se conoce de primera mano.
En definitiva, todas las reflexiones nos llevan a la conclusión de que los educadores necesitamos de la resiliencia para poder llevar a cabo con bienestar y calidad nuestro trabajo y para poder educar en esta competencia.
A modo de cierre y realizando una invitación a seguir profundizando en el tema, señalaré cuales son los “pilares de la resiliencia” (Grotberg, 1998) es decir, los factores protectores de la resiliencia. Una persona con buenos niveles en estas competencias está preparada para superar los obstáculos que encuentre a lo largo de su vida y además salir fortalecida de ellos.
Autoestima: Es la base de los demás pilares.
Capacidad de introspección. Entendida como “la capacidad de preguntarnos a nosotros mismos y darnos una respuesta honesta”.
Independencia. En este contexto se define como “la capacidad de mantener distancia emocional y física sin caer en el aislamiento”.
Capacidad de relacionarse. Entendida como la “habilidad para establecer lazos e intimidad con otras personas”.
Iniciativa. En este ámbito se refiere “al gusto de exigirse y ponerse a prueba en tareas progresivamente más exigentes”.
Humor. Se trata de “encontrar lo cómico en la propia tragedia”.
Creatividad. Es “la capacidad de crear orden, belleza y sentido a partir del caos y el desorden”.
Moralidad. Entendida ésta como la consecuencia para extender el deseo personal de bienestar a los demás y la capacidad de comprometerse con valores. Es la base del buen trato hacia las personas.
Capacidad de pensamiento crítico. Es un pilar de segundo grado, fruto de las combinación de todos los otros y que permite analizar críticamente las causas y responsabilidades de la adversidad que se sufre o se ha sufrido.
Irati Novella
Irati Novella es educadora social, licenciada en pedagogía y especialista en psicología de la educación. Ha desarrollado su trayectoria profesional en el ámbito socioeducativo y en el ámbito de la enseñanza universitaria y formación profesional de profesionales de la educación e intervención social.
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