Pesadillas en camas de cartón. TERCERA PARTE por Yafar

 

Después de deambular un rato por las calles del casco viejo decidí acampar debajo del puente de la Merced. Allí había cuatro individuos tapados y dormidos. Verdaderamente estaba cansado de tanto andar; preparé un espacio y dormí, pero a la madrugada se me interrumpió el sueño. Me dí cuenta de que era una pesadilla de las mil y una pesadillas en camas de cartón. Ya no podía seguir durmiendo, tomé un poco de agua, recogí el saco y salí disparado de aquel punto camino a la estación de Abando. En el camino tuve la buena suerte de encontrar un billete de cincuenta euros.

RECICLAJE. FOTOGRAFÍA DE HELENKA.

Cogí el billete disimuladamente aunque la calle estaba vacía; realmente lo necesitaba, lo guarde  en mi bolsillo y me fui a desayunar a un bar. Luego vendí mi chatarra a medio precio a un individuo que le interesaba el trato. En a aquel momento, no sé por qué razón, decidí irme a Madrid. Así que fui directamente a la estación de la Termibus, me tomé un café mientras contemplaba las obras del nuevo San Mamés. Terminé el café y me levante camino a la taquilla, con el afán de comprar un billete. Justo antes de llegar a la taquilla, sonó mi móvil; al otro lado de la línea estaba mi padre.

– ¿Donde estas yafar? – Me preguntó muy preocupado.

– Yo ahora mismo en Bilbao – Le respondí.

Bueno, yo estoy ahora mismo en Bilbao y está conmigo tu madre.

¿Dónde estáis? – Grite en busca de una repuesta inmediata.

En un hostal, al lado de la estación de Abando – Me respondió.

La vida es un sueño y la realidad una pesadilla; colgué el móvil y empecé a correr por la calle Autonomía hacia Abando. Sin saber exactamente donde estaba el hostal, en aquellos instantes muchos recuerdos pasaban por mi mente. No podía creer, que después de más de 15 años fuera de casa, volvería a rencontrarme con mi madre. Es inexplicable la situación mental en la que me encontraba, no podía ni se quiera pensar en cómo sería mi madre después de más de una década de distancia. Después de marcharme de casa sin ni siquiera avisarla.

Llegué a la estación de Abando y allí estaba mi viejo esperándome. Le di un abrazo y fuimos juntos hacia el hostal. Entré en la habitación y allí estaba mi madre sentada en un sillón, con la misma mirada y sonrisa de siempre, nos abrazamos y empezamos a llorar y a reír juntos después de más de una década separados.

Estuvimos todo el día hablando y hablando sin parar. Salí a comprar comida y aproveché para decirlo a los educadores de la Comisión. Fue la última vez que entre a la comi, dormí aquella noche junto con mis padres en el hostal, y al día siguiente salí a pasear con mi madre por las calles del casco viejo. Mientras le contaba a mi madre algunas anécdotas que me pasaron por aquellas calles, la cara de mi madre  se entristeció. Sabía que me iba a contar algo, y así fue.

Me comentó que no tenían dinero para quedarse más tiempo, y que el dinero que tenían era el dinero que iban ahorrando, y es todo lo que tenían, así que mañana volverán al sur camino para el Sahara occidental. En aquel instante yo ya no sabía  que decir, ni que pensar, aquella noche no podía dormir y mi imagino que mi madre tampoco consiguió dormir.

Por la mañana temprano nos despedimos del tío del hostal, recogimos las maletas y fuimos hacia la Termibus. Al llegar a la estación de Termibus decidí acompañarles hasta Madrid, y así fue, subimos al autobús camino a Madrid. Al final del trayecto llegamos a la estación de la avenida América, de ahí a la estación de Méndez Álvaro, las últimas palabras que me dijo mi madre antes de subir al autobús que le llevaba de vuelta al sur, “si no estás bien vente con nosotros”, fingí estar bien y le dije que ya volveré; subieron al autobús y como aves migratorias se dirigieron hacia el sur. Me quedé solo otra vez pero ya estaba acostumbrado a mi soledad; todo parecía un sueño. Quedaban dos días para que llegara el fin de año y hacía frio al lado de la estación, así que camine entre calles con nombres de coroneles y generales, hasta llegar finalmente a la plaza de Lavapiés. Allí conseguí encontrar  a un amigo ruso llamado EVAN quien me indicó el camino hacia la nueva casa ocupa  donde se encontraban mis amigos Piter, Gerard, y compañía, en el barrio de Oporto. Cogí el metro línea cinco de Lavapiés a Oporto sin saber exactamente donde estaba la casa okupa. Justo cuando baje del metro encontré a Piter y a Pablo, dos amigos  de la casa okupa, nos dimos un abrazo entre gritos de alegría como es costumbre de los colegas okupas después de separarse, aunque sea una semana; luego fuimos juntos hacia la casa okupa.

Personas sin casa, casas sin personas, una casa deshabitada sirve de refugio para los sin casa para amortiguar el duro y seco invierno de Madrid. El ambiente en la casa okupa era agradable, había mucha solidaridad compartida entre personas distintas. Dentro de la casa convivían Punkis, hipis, raperos, y otras tribus urbans. Subimos a la casa donde se alojaba Piter y comenzamos a conversar sobre los últimos viajes que hizo cada uno. Les conté las circunstancias que me llevaron a volver a Madrid, también les hable de Bilbao y de sus fiestas y su gente.

Entre copas y humo de tabaco, me quede dormido en aquel cómodo sofá reciclado mientras mis sueños vagaban por la multiforme superficie de Madrid. Me desperté el siguiente día, desayune, pero me sentía repentinamente deprimido. El encuentro con mi madre después de tantos años comenzó a producir en mi sus efectos segundarios. Empecé a sumergirme en un estado melancólico, así que volví a dormirme y desperté al día siguiente. Y ya era noche vieja, salí junto con mis compañero del piso okupa camino a la plaza de Sol. Había una multitud de personas esperando las doce campanadas que darán la bienvenida al año nuevo 2014, al sonar la última campanada me comí la ultima uva y me separé del grupo por circunstancias alcohólicas. Aquella noche empezó a llover sin avisar, y yo terminé tirado en el suelo mojado  de la plaza de Lavapiés. Conseguí levantarme después y continuar mi camino de regreso a la casa okupa; entre tropezones y chocamientos involuntarios, logré llegar hasta la casa okupa. Subí las escaleras, me metí en la casa y me tumbe en el sofá. Estaba totalmente gastado y cansado, dormí enseguida con los zapatos puestos y la ropa mojada, entre agradables recuerdos de las últimas horas.

Al día siguiente me desperté tarde y salí de la okupa. Realmente no sabía a dónde dirigirme, me colé en el metro línea cinco y bajé en la glorieta de Embajadores. Mientras subía por las escaleras para salir del metro me acordé de que había una ducha municipal cercana, caminé hasta llegar a la puerta de los baños municipales, en mi mochila llevaba todo el material necesario para realizar el auto lavado físico. Terminada la ducha, salí de los baños municipales camino a la Tabakalera; la Tabakalera, como indica su nombre, era una antigua fábrica de tabacos, okupada y convertida en un espacio cultural, donde los usuarios podían practicar sus creatividades. Grafiteros, músicos y pintores todos convivían en aquel edificio, y hacían de el un espacio útil para sus actividades. Había una asamblea cada viernes donde se debatían los problemas de aquel espacio, había personas encargadas de la limpieza y el reciclaje, mientras otro grupo se encargaba de la agricultura cuidando los huertos. Todo el mundo podía entrar y disfrutar del edificio, incluso los animales, en fin, en mi caso era un sitio donde podía descansar y disfrutar de lo que se hacía ahí dentro. Me eche una siesta en el templo Africa, pasado un rato me desperté, recogí mi mochila y salí de la Tabakalera camino a la plaza de Lavapiés.

Desafortunadamente antes de llegar a la plaza tuve la mala suerte de caer en una redada policial de extranjería, al carecer de papeles acabé en el coche policial sentado en el duro sillón de plástico. Y luego conducido al centro de internamiento de extranjeros. No era la primera vez que caía en este tipo de emboscadas, pero esta vez iba a ser diferente. Me bajaron del coche blindado, y me metieron por la puerta del CIE, les entregué los cordones de los zapatos y el cinturón de mi pantalón, y a cambio me dieron una manta y un colchón, y allí quede encerrado entre amarillas paredes carentes de belleza.

En la brigada, dentro, había seis inmigrantes como yo. Un hondureño, un ecuatoriano, un tunecino, dos rumanos y yo; pasábamos las horas jugando a las cartas y conversando con interés sobre el futuro de cada uno en su país; una energía de incertidumbre dominaba aquel ambiente, todo el mundo caminaba de prisa por el único pasillo del modulo; seres humanos reducidos a números, unos vienen y otros se marchan, entre las cambiantes mareas de emoción; y tan solo quedaban las huellas de viejas amistades fugitivas. Pasé 14  largos días por aquellas celdas de la sin razón. Sin avisar, un lunes a la cinco de la madrugada, me llamaron por mi número para subir en un furgón camino de Algeciras.

Subí a acompañado con dos agentes de la policía nacional al barco que me llevara hasta Ceuta. Atrás quedo la península ibérica y con ella muchos recuerdos vividos, fui entregado a las autoridades marroquíes y ahí empezó otra historia.

Continuara……..

 

Nadie nos consultó si realmente queríamos venir a este mundo,

Sin embargo ya tenemos más de la mitad del camino andado.

El mismo sol nos alumbra, y en el mismo planeta vivimos,

Cada uno haciendo su camino a su manera.

Aprendemos a caer y a levantar.

A auto juzgarnos, antes de juzgar a cualquiera.

Y a ser optimista en todo lo relativo a las relaciones humanas.

Nunca aprendemos de nuestros errores,

porque en realidad no son errores;

son exámenes obligatorios  para adaptarse al medio urbano.

Tu eres un cero, yo soy otro cero, inútiles y solitarios, entre una horda de tiranos, somos simplemente tristes zeros urbanos colgados a la izquierda de los números. Querido ejercito de zeros urbanos ¿por qué no fabricar un partido extraño y un sistema más humano?

Yafar

Dedicado a todos los sin techo y los inmigrantes y familias desalojadas desde el interior del desierto del Sahara occidental.

Aaiún

Sahara occidental

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