Pesadillas en camas de cartón. Resumen de un relato urbano. PRIMERA PARTE, por Jafar.

 

Estas cortas experiencias son el fruto de las últimas anotaciones que hice en los últimos días que estuve por Bilbao y Madrid.

En este relato no intento dar un discurso sobre los derechos humanos ni  sobre política, ni nada relativo a estos géneros imaginarios. Sino contar una experiencia y una realidad vivida, son  sentimientos expresados de la manera más realista posible  y dirigidos, en primer lugar, a  los compañeros y personas  que conocí a lo largo de mi estancia  en aquellos  lugares que llegue a conocer. En especial a mis compañeros de la Comisión y  a los de la casa okupa; maestros y alumnos de la escuela de la calle. Gracias a todos.

“A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.”

La Divina Comedia de Dante Alighieri

Buenos y malos momentos se entremezclan y se confunden para luego convertirse en inolvidables recuerdos de una etapa obligatoria en la vida- MIGRATOCALLEJERA.

Era Diciembre y se acercaba la navidad. Me desperté temprano aquella fría mañana, todavía no había salido el sol y la ciudad de Bilbao seguía en su típico silencio nocturno. Apenas pasaban coches por encima del puente, tan solo  se escuchaban los silbido de los pájaros y los ronquidos de un usuario anónimo que aprovechaba un espacio en la vasta pista de frontón del barrio de Rekalde; todos teníamos de cama el suelo, y de techo el puente.

San Francisco, Bilbao.

Me quedé mirando un rato el entorno hasta que amaneció. Salí de mi saco de dormir y lo recogí, para luego guardarlo en un sitio seguro; dejar un saco de dormir al descubierto en la calle lo convierte en presa fácil de algún viandante anónimo que puede pasar por la zona, y el mes de diciembre es muy frío, lo que lo hace más vulnerable aun.

Total, cumplida la misión, me dirigí directamente a la Comisión. Llegué y saludé a Miguel, el guardián, quien me apuntó y me dejo pasar, era un hombre muy amable. Me senté en la mesa compartida con los compañeros, me tomé un café y mi medicación.

Realmente el ambiente en la Comisión es tranquilo y acogedor, a pesar de los gritos y charlas en alto, en realidad todos los usuarios de la Comi tenían problemas, judiciales, económicos, tóxicos,….y yo también tenía esos mismos problemas. Aparte de ser  inmigrante ilegal; en fin, todos los usuarios y los empleados eran personas de buena onda, personas extraordinarias, le di las gracias a la educadora que me sirvió el café y al vigilante Miguel, luego salí disparado hacia algún punto no fijo. Pasé medio día deambulando por las calles de Bilbao, de Atxuri a Santutxu y de ahí para Indautxu…..etc. Así era mi día a día, practicando el nomadeo urbano mientras reciclaba cobre, hierro, aluminio y todo lo que el mercado chatarrista demandaba.

Aquel día era gris y lluvioso, lo que hacía del reciclaje urbano una tarea difícil y agotadora que exigía de tipos duros psicológicamente, y yo no era de ese tipo. Me retiré de la actividad chatarrera muy temprano para dirigirme luego al puente de la Merced mientras observaba como subía el nivel del agua desde las escaleras que estaban a la orilla de la ría. Una ola de recuerdos  me invadió el cerebro, las fiestas de la astenagusia, la marijaia y los buenos amigos con quienes pasé agradables momentos de alegría.

También guardaba desagradables momentos de aquella fiesta: en una noche cálida de agosto de 2013 pasado de copas de calimocho, me tumbé en el césped cansado y agotado. De repente fui sorprendido por tres individuos que me intentaban sustraer algo de mi miserable mochila, reaccione rápido y conseguí que aquellos tipos se alejaran. Cuando volví a reanudar el sueño, aquellos tipos volvieron y esta vez antes de poder reaccionar sentí como algo frio atravesaba mi ombligo. Me levanté para averiguar lo que pasaba, entonces me di cuenta de que estaba sangrando, y al rato perdí el conocimiento. Fue una experiencia muy dura y un ejemplo más de la dura rutina de los marginados urbanos; total me quedo con los buenos momentos que pasé en aquel fascinante festejo.

Se me escapó una sonrisa espontanea y abandoné el puente camino a la biblioteca Alhóndiga. Una biblioteca moderna y acogedora, aparte de que se podían leer libros  y descansar gratis. A lo largo de mis idas y vueltas, casi a diario, a esa magnífica biblioteca logré leer muchas obras y novelas que me sirvieron de terapia para enfrentar la  dura realidad por la que pasaba. Ahí conocí a George Orwell a Nelson Mandela a Franz Kafka a Miguel Hernández y a mi maestro Eduardo Galeano, incluso llegué a coquetear con Sigmund Freud y Mijaíl bakunin. Cogí el libro titulado la lucha es mi vida de Mandela,  que lo tenía ya empezado semanas antes, y empecé a leer con interés aquella obra que me fascinaba y me daba fuerzas para seguir adelante.

Leer, para mí, era una forma de escapar  y abandonar el incomprensible entorno que me rodeaba. Era y sigue siendo, para mí, una forma de viajar a través del tiempo sin pasaporte ni visado, utilizando el medio de transporte mental gratuito y menos contaminante.

Acabé los tres últimos capítulos que me faltaban para terminar el libro, y salí de la biblioteca. Ya era de noche y estaba lloviendo a mares, caminé bajo las lluvias  de prisa, hasta llegar a la pista de frontón. La pista estaba totalmente inundada de aguas de las lluvias caídas a lo largo de la tarde, saqué mi saco del escondite,  lo metí en mi mochila, y me fui de allí en busca de otro lugar donde poder pasar la noche.

Tras caminar un rato por la gran vía de Bilbao llegué a Deusto. Empecé a inspeccionar el entorno hasta que finalmente un almacén abandonado me llamó la atención. Decidí acercarme al lugar. Conseguí saltar  un pequeño muro, y entré por la puerta grande y oxidada de aquel almacén fantasma. Pude observar en el fondo del espacio oscuro una luz débil. Seguí caminando hacia aquella luz, finalmente llegué y me encontré con un pequeño barracón hecho con cartones y plástico. Decidí tocar tímidamente aquella puerta, me abrió un chaval alto y delgado de origen magrebí, en aquel momento pensé que cometí una estúpida pretensión al haber tocado aquella puerta; sin ni siquiera preguntarme por mi nombre o por las causas que me trajeron a aquel lugar, aquel joven me invitó a entrar.

–      Entra, entra hombre.

Y se metió para dentro perdiéndose entre aquel grupo de adolecentes. Luego se sentó al borde  de una mesa, con la que podía dominar todo el grupo que habitaba. Me limité a decir una frase amistosa mientras entraba por la puerta hecha con cartón. Cruzando entre cartones, en el interior del barracón que se unía con una antigua garita alumbrada por una vela, había una decena de adolecentes que no superaban los16 años. Viviendo de manera tan incierta en aquel frágil almacén, todos llevaban un trapo pringado de disolvente pegado a la nariz.

En aquel instante me llamo la atención el más pequeño del grupo, era un niño que se llamaba Omar, de unos 13 o 14 años. Aquel niño chillaba como un loco mientras contaba un imperfecto retrato de su vida. Les  invité a comer algo de pollo que recicle del kentaki, pero rechazaron me invitación. Era lo único que les podía ofrecer. En fin,  me eché sobre un cartón y empecé a observar el ambiente y el drama  de aquellos pequeños excluidos. No había ningún protocolo a seguir, ni normas de comportamiento. Como una especie de fantasma, nadie hablaba conmigo. Como si no estuviera presente en aquel lugar. Realmente todos estaban  completamente sumergidos en un estado de alucinación. Como no quería seguir viendo  aquel escenario decidí dormir.

Continuará…

Jafar

Diciembre 2014 

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