Decía Simone de Beauvoir que ningún problema humano se puede abordar con una mente carente de prejuicios, y probablemente tenía razón. Los prejuicios nos rodean y, por supuesto, las minorías son mucho más vulnerables a ellos.
El colectivo de toxicómanos es una de esas minorías. No hace falta ir muy lejos para encontrar prejuicios sobre este tema; por poner un ejemplo muy cercano, yo mismo los tuve que escuchar de primera mano, ya que mi madre no se tomó muy bien que yo decidiera hacer las prácticas en un centro de toxicomanías.
Cuando digo que no se lo tomó muy bien, quiero decir que estuve varios días escuchando que me atracarían, que es imposible tratar con toxicómanos, que podrían agredirme sin ningún motivo o que corría un grave peligro de contagiarme de sida o hepatitis. Pude disfrutar de toda una galería de prejuicios sobre los toxicómanos que probablemente son sólo la punta del iceberg de todos los que es posible encontrar en una sociedad.
Difícilmente estos prejuicios podrían ser ciertos cuando no existe un perfil de toxicómano. He conocido a gente rica que fuma heroína en su campo de golf, y gente que se ve obligada a inyectarse la heroína debajo de un puente. Por supuesto, son los segundos los blancos de los prejuicios; los primeros difícilmente podrían despertar la preocupación de una madre, puesto que difícilmente se puede saber que consumen sustancias, si éstas no dejan apenas huellas físicas.
Esto nos lleva a una conclusión inevitable: muchas personas ven a los toxicómanos como personas peligrosas y, cuanto más lejos estén, mejor. Y en este punto nos encontramos cuando el día 22 de septiembre, Miren Josune Gorospe, parlamentaria del PNV, anunció la intención de reemplazar la sala de consumo supervisado de Bailén por otras dos: una situada en Uribarri y otra en Deusto.
La noticia no duró mucho, y el PNV rápidamente dio marcha atrás. El período durante el cual se dio por hecho que, efectivamente, esas dos narcosalas serían abiertas, fue un auténtico caos. Asociaciones de vecinos, padres, etc, pusieron el grito en el cielo ante la posibilidad de que pudieran ver toxicómanos en las calles. Por la TV salía una mujer afirmando que a ella no le preocupaba, pero que su hija estudiaba en un colegio de la zona y eso sí que no se podía permitir, como queriendo perpetuar la eterna leyenda urbana del hombre que vende drogas a la salida del colegio, a la que poco le falta para alcanzar en popularidad a la chica de la curva que resulta ser un fantasma.
En ningún momento parece que estos vecinos hayan consultado la hemeroteca, pues no resulta nada difícil localizar noticias de los tiempos en los que los vecinos de Bailén colgaban en sus ventanas carteles de protesta por el proyecto de la narcosala. Ellos tampoco querían una sala de consumo supervisado en su calle; y menos en una calle que ya cuenta con otros servicios de este tipo, como la Comisión Antisida, lo que podría terminar de concentrar allí a todos los toxicómanos de Bilbao.
Los vecinos de Bailén no tardaron en cambiar de opinión. La sala de consumo supervisado también les favorecía a ellos: si los toxicómanos consumían allí, el problema se reducía mucho. El número de jeringuillas usadas tiradas en el suelo de la zona empezó a reducirse drásticamente; los vecinos ya podían salir a la calle sin encontrarse chutas usadas o gente drogándose. Ahora, años después, los vecinos no quieren que se cierre la narcosala. Es un proyecto que apoyan, beneficioso para todos.
Y, por supuesto, los mayores beneficiados no son los vecinos, sino los toxicómanos. La sala de consumo supervisado ha servido para evitar sobredosis o contagio de enfermedades mediante el uso de jeringas usadas: a lo largo de los años, ha salvado cientos de vidas. Ni una sobredosis, ni un contagio se han producido dentro de sus paredes frente al enorme número de ambos problemas a los que había que enfrentarse anteriormente. Más de 1500 personas han podido disfrutar de este servicio, con un total de 32.000 consumos; la narcosala se ha convertido en una referencia no sólo a nivel español, sino a nivel europeo.
Ante un proyecto tan eficaz, es triste que se pongan obstáculos basados únicamente en prejuicios, en ideas falsas y equivocadas mantenidas por gente que realmente no sabe nada de los toxicómanos. El miedo a lo desconocido es natural, e inevitable: está grabado a fuego en nuestros genes. Sin embargo, vivimos en la era de la información, y no costaría nada estudiar la información sobre la narcosala de Bailén, y aprender qué son las salas que probablemente se abran en algún otro sitio de Bilbao. Aprender que en Bailén no ha provocado ningún problema, ninguna disputa, no ha atraído ninguna pelea a la zona: al contrario, ha beneficiado por igual a toxicómanos y a vecinos. Aprender que perder la narcosala sería un retroceso terrible, que es algo que Bilbao necesita y que sus hijos no tienen absolutamente nada que temer.
Ibai Otxoa, psicólogo en prácticas en la Comisión Antisida