Soy Jafar y os escribo esta carta desde el Centro de Internamiento para extranjeros de Aluche, Madrid. Cuando llegue esta carta yo ya me habré marchado. Total es ley de vida, las cosas suceden y luego se acaban, y eso es todo.
Estoy en la brigada número 7, sin tele y sin radio, 8 camas pintadas en color azul oscuro, azulejos y rejas. Mitad celda, mitad jaula. No puedo quejarme, ya estuve aquí hace dos años y no me es difícil adaptarme. Lo máximo que puedo estar aquí son 60 días.
Ayer estuve hablando con el cónsul de Mauritania y me dijo que no puedo entrar en Mauritania sin el pasaporte Mauritano. Ahora solo me queda esperar. Cada día que pasa es un día menos de los sesenta que tengo que estar aquí dentro, por cometer el delito de infracción de extranjería, lo que quiere decir no disponer de papeles. Cristina, mi abogada, ya no se encuentra aquí, en Madrid, ella era la única persona que podia ayudarme jurídicamente.
Bueno, las cosas son así y no me queda más remedio que esperar. Realmente el tiempo se hace un poco largo. Los días pasan y los seres humanos se desesperan, esperando escuchar su número por el altavoz. Esa voz anónima que les dará el pase o el salvo-conducto hacia sus países.
Las tardes se hacen largas y las noches más largas aún. Las salidas al patio se efectúan de la siguiente manera: un día si y un día no. La mayor parte del día la pasamos dentro del Módulo, unos jugando a las cartas, otros cantando o haciendo deporte, chilenos, colombianos, africanos, chinos, originarios de Bangladesh… la verdad hay un buen rollo y una buena honda entre todos, una especie de solidaridad humana.
Yo me paso el día haciendo lo mismo, cantando con los africanos, aunque no entiendo las letras de sus canciones me limito a aplaudir en un intento de seguir el compás. La verdad, es divertido. Los subsaharianos son gente alegre y tienen una manera extraña de transmitir alegría. Me gusta su filosofía de vida.
Por la noche da la sensación de estar en un campo de concentración. Aquí dentro no te llaman por tu nombre, te reducen a tan solo un número. Aquí dentro todos somos números y el mío es el 2238.
Policías nacionales de mediana estatura ataviados con un traje de color azul oscuro custodian los Módulos, no son nada educados, la palabra negro, moro, sudaca, es habitual en el centro. Los agentes son en su mayoría jóvenes procedentes de aldeas o pueblos del sur de España, seguramente hijos de campesinos o de clase baja que se alistaron en la academia para salir de la pobreza y ayudar a sus familias. No pretendo juzgarles pero su comportamiento lo dice todo. En realidad son muy violentos y nada afables.
El otro día pude ver a través de las rejas como golpeaban a un joven de Guinea hasta dejarlo completamente inconsciente. Era un joven que sufría trastornos mentales y que cometió el error de quedar el último en la ducha. Total, muchos seres humanos caminan de un lado a otro del estrecho y corto pasillo del módulo como ganado en un corral, unos van con la Biblia en la mano y otros con el Corán, rezan para salir, cada uno a su manera, pidiéndole a dios la salvación de ese lugar de paredes y rejas, o más bien de azulejos y rejas; un baño de grandes dimensiones.
Yo sin embargo me limito a dormir. Dormir siempre ha sido, a mi modo de ver, una forma de desconectarme del mundo, de combatir el hambre, el aburrimiento y la espera. Cuando bajamos al patio suelen venir voluntarios dela Cruz Roja para dar sopas de letras, sacar cartas al exterior y charlar un poco con los internos. Muchos padres de familia que han dejado a sus hijos fuera, hombres llorando como niños la ausencia de sus hijos y sus mujeres, o peor aún, la separación definitiva.
Bueno, me despido. Ahora toca otro viaje, quizás al interior de África, tal vez a Costa de Marfil o a Mali.
Jafar Carcub Bachir
5 de Octubre 2013.