MI VIAJE POR EL PAIS VASCO, por Jafar Carcub Bachir. Capítulo Segundo


“Cuando bajé de la escalerilla del autobús comprendí que Madrid…

ya no era mi mundo.”

En mi cartera solo quedaban dos tristes euros y con una ansiedad agobiante caminé hasta una tienda de alimentación, empecé a contemplar el género y al final me decidí por una cajita de galletas y tres cigarrillos sueltos, hasta ahí llegaba mi capital. Salí de la tienda de alimentación y seguí caminando sin destino en busca de algún sitio donde poder pasar mi primera noche. Llevaba una chaqueta marrón que hacía juego con mi piel y mi aire de nómada paleto, parecía un chatarrero que llevaba años viviendo en Bilbao.

Escaparate en barrio de San Francisco, Bilbao.

 

¿Cuál es mi papel en este confuso y estúpido juego de las relaciones sociales?

En fin, seguí caminando sin hacer caso a las preguntas que me hacía mi inconsciente, nunca llegué a contestar a todas esas preguntas pero tampoco me importaba en absoluto. Mi mayor preocupación en aquellos instantes era, en primer lugar, aliviar el hambre y buscar algún cartón que me sirviera de cama. Tímido e incapaz de comunicarme con los demás proseguí mi camino en silencio como un tuberculoso moribundo mientras las mujeres de avanzada edad me clavaban la mirada mientras agarraban el bolso con fuerza como temiendo al contagio. Aquellos gestos no me incomodaban, ya venía saturado de Madrid y en parte les daba la razón dado el elevado índice de criminalidad, sobretodo en tiempos de crisis.

Tras un cuarto de hora de caminata sin descanso llegué a la orilla de la ría de Bilbao. Una ría que divide la ciudad en dos, como Estambul o Budapest en minúsculo. En la parte donde me encontraba se alza un rascacielos de cristal y en lo alto se puede leer la palabra “Iberdrola”, no muy lejos está el Museo Guggenheim, una vista bastante agradable. Me senté en un banco y empecé a contemplar la ría mientras las gaviotas chillaban, también pude ver a los peces que habitan la ría, manadas de truchas incomestibles nadan en todas direcciones y comen todo lo que les echan los transeúntes. Todo era bonito y maravilloso. Las farolas se encendieron y la noche amenazaba. Y yo tenía que buscar algún sitio donde poder dormir, por un lado porque me encontraba cansado y por otro porque dormir era una manera de luchar contra el hambre y el aburrimiento.

Sin más compañía que yo mismo me levanté del banco y proseguí el camino. La misión era encontrar un sitio donde dormir y casi se convierte en misión imposible. Los saharauis, a diferencia de los marroquíes y los argelinos y demás países que componen el llamado Magreb, somos muy pocos y eso yo lo comprendía muy bien. En fin, llegué a la estación de Abando y crucé el puente de Isabel camino del Arenal, desde lo alto del puente podía ver el teatro Arriaga y la Catedral. Me detuve en mitad del puente y le pregunté a un transeúnte.

  • Hola, ¿Cómo se llama este sitio?

La respuesta fue un silencio. En la ciudad de Bilbao impera el silencio, sobre todo por las noches, parece una ciudad en un toque de queda. Seguí caminando hasta encontrarme con un senegalés, y le hice la misma pregunta que le había hecho al anterior, el hombre en un tono afable me respondió.

  • Si sigues todo recto entrarás en el Casco Viejo.

  • ¿No sabrá usted de algún sitio donde poder dormir?

  • La verdad, no te puedo decir nada, pero te sugiero que vayas a la calle San Francisco y para eso tienes que retroceder y subir por la calle Bailén. Allí encontrará paisanos tuyos que a lo mejor pueden ayudarte.

En efecto, seguí las instrucciones de aquel señor y encontré la calle. Calle San Francisco rezaba una placa pintada en azul claro, me adentré por aquella calle que era una especie de Lavapiés. Aunque no llegaba a dos calles de Lavapiés estaba repleta de gente de todos los países, marroquís, argelinos, senegaleses, chinos e indios. Había carnicerías, bares y restaurantes, tiendas y locutorios por doquier, en realidad era un barrio vivo, a diferencia de las demás calles. Así que crucé la calle de punta a punta y sin un céntimo en el bolsillo, viendo como la gente se divertía, comían y bebían.

Jafar Carcub Bachir

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