La Ventana Abierta

Muchacha en la ventana, 1925. Eugenio Salvador Dalí.

 

Siempre que me ha tocado vivir un primer día en un nuevo trabajo o un primer día de curso hace años cuando era estudiante, siento que tengo que hacer un esfuerzo por agradar y otro esfuerzo mayor para que se vayan de mi cabeza un montón de dudas y temores que surgen al no saber con lo que me voy a encontrar.  Luego, pasado el tiempo, he comprobado que siempre ha quedado en mi memoria algún momento o una pequeña conversación de esos primeros días que me ayuda a recordar la primera vez que hablé con esa persona que acabaría siendo uno de mis mejores amigos o a aquel jefe que terminaría apoyándome siempre en los malos momentos.

Recuerdo que el primer día que fui al piso de Bidesari llegué con muchas ganas y también con muchos miedos. No conocía prácticamente nada del funcionamiento del piso y mucho menos sabía que una de las normas de convivencia, una de las primeras de la lista, es que toda la gente del piso debe tratarse con educación y respeto. Esta norma hizo que al ser recibido con sonrisas por cada una de las personas con las que me encontraba, se fueran marchando poco a poco todos mis temores. Susana, educadora de Bidesari, fue la encargada de darme la bienvenida ese primer día y también la persona que me presentó al primero de otros muchos chicos del piso que he acabado conociendo y para quien también y por pura casualidad, era su primer día.

– Mira Hassan, este es Javi, es voluntario y va a empezar a venir algunos días al piso- me presentó Susana.

Hassan, que estaba sentado en una silla junto a la mesa camilla del salón muy concentrado en la lectura del librito donde se explicaban las normas de convivencia del piso, nada más verme se levantó y con una sonrisa me estrechó la mano para después llevársela al pecho, repitiendo ese gesto que yo había visto hacer tantas veces en un viaje a Marruecos.

-Hola Hassan- le respondí intentando llevarme también la mano al pecho sin saber si hacía bien copiando su saludo.

– ¿Qué tal Hassan? – le preguntó Susana – ¿todo bien?

– Sí Susana, todo bien – la respondió.

– Voy a terminar de enseñarle el piso a Javi y luego estamos, ¿vale?

Después de que Hassan asintiera con la cabeza salimos del salón y Susana me llevó a la cocina donde nos encontramos con otros dos chicos que también me saludaron y que esta vez  me miraron con algo más de curiosidad que la que había mostrado Hassan. De ahí pasamos al patio donde estuvimos muy poco tiempo, ya que estábamos a primeros de marzo y todavía no había terminado de irse el frío, y para terminar el recorrido Susana me llevó a las habitaciones de los chicos. Al llegar a la última pudimos comprobar que la ventana, a pesar del frío, estaba abierta de par en par. Era la habitación de Hassan.

-¡Hassan!- le llamó Susana – te has dejado la ventana del cuarto abierta, ¿la cerramos?

Casi sin darnos tiempo a entrar en la habitación, Hassan estaba ya a nuestro lado mirando también hacia la ventana.

– No, no, prefiero así ¿vale?- respondió.

– ¿Seguro? – respondió Susana.

– Sí, sí, seguro- dijo Hassan esta vez más serio y algo temeroso, como pensando que su petición podría no ser admitida.

– Bueno vale, pero luego cuando te vayas a dormir la cierras, que a ver si te nos vas a poner enfermo el primer día.

– Vale- respondió Hassan con una gran sonrisa.

Después de esta pequeña conversación Hassan volvió al salón y Susana y yo nos fuimos a la entrada. Aquello había sido una primera toma de contacto y hasta el sábado yo no volvería al piso para hacer una salida.

– Bueno Susana, me voy ya- la dije mientras abría la puerta para salir del piso.

– Le he dejado que tenga la ventana abierta porque cuando llegan de la cárcel como que no les gustan los espacios cerrados – me explicó Susana antes de que me fuera – ¿lo entiendes, no? Es normal.

– Claro – la respondí – Es normal…nos vemos otro día ¿vale?

– Muy bien Javi, hasta otro día- me despidió- y gracias.

Detrás de mí se cerró la puerta y al rato, bajando las escaleras del edificio donde se encuentra el piso comencé a repasar cada momento, los nombres de los chicos que me acababan de presentar y mil detalles más sin saber entonces, que la ventana abierta en la habitación de Hassan sería el que acabaría recordando con más fuerza seis meses después.

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