Terror ante lo que pueda suceder en el día a día. Es la situación que viven miles de niños y niñas refugiados sirios que han tenido que huir de su país de origen a países limítrofes como Líbano y se han encontrado con una realidad muy cruel lejos de sus familias. La explotación laboral en la población infantil crece de manera alarmante. Es la conclusión extraída en el informe “Small hands, heavy burden”. Y es que el trabajo infantil ha alcanzado niveles críticos entre la infancia siria y son cada vez más los que se convierten en sostén económico de sus familias.
Esta violación de los derechos de los niños y niñas está haciendo que más de 2,7 millones de niños y niñas sirios se queden fuera de las aulas, como le ocurre a Yasmin, de tan solo 14 años.
El fracaso de la comunidad internacional y de los mecanismos nacionales para acabar con el trabajo infantil se han puesto sobre la mesa después de los cuatro años y medios transcurridos tras el comienzo de la crisis en Siria. Una acción urgente es necesaria, tal y como se destaca en el informe. Existe el temor a una generación perdida: el llamamiento hacia “No lost generation” debe ser unánime. Una generación que incluye a niños y niñas de 8 años que actualmente viven largas jornadas de trabajo con escaso sueldo, que transportan cargas pesadas, están expuestos a pesticidas, químicos tóxicos, y que trabajan en ambientes que pueden ser peligrosos y poco saludables.
7,6 millones de desplazados internos. Cuatro de cada cinco personas viviendo en la pobreza. Un índice de desempleo del 57,7% (datos de finales de 2014). Son los números que muestran la realidad de un país en el que el trabajo infantil se ha convertido ya en un problema que necesita una respuesta inmediata.
Los niños y niñas de Siria están pagando un precio alto por el fracaso mundial para poner fin al conflicto.
