Por Marta Navarro, cooperante vasca en UNICEF El Salvador
Dos horas en carro en plena madrugada -con amanecer incluido-, hasta llegar al “Puerto del Triunfo”; una vez allí, media hora de viaje en lancha con la compañía de hermosos manglares y multitud de aves que habitan tranquilamente en ese estupendo paraje. Finalmente llegamos al estero de la Isla Espíritu Santo, más conocida como la Isla de los cocos. Tanto el nombre como el camino prometían algo impresionante y, a pesar del calor insoportable y el polvo pegado a la piel y las ropas, la Isla y su gente no nos decepcionó y me he convertido en la “defensora y amante” del lugar entre mis compañeras/os de UNICEF.
La Isla Espíritu Santo tiene una extensión de 25,69KM2 y 303 familias, la mayoría de las cuales vive del trabajo en la cooperativa del coco que hay ubicada en la Isla. Su población infantil padece de un alto grado de deserción escolar a razón del trabajo infantil y dificultad de movilidad, una vez deben iniciar la secundaria. El problema del alcohol y los abusos sexuales es también un tema común entre los y las isleños. A pesar de las grandes dificultades que afronta tan pequeña localidad, son pocas las organizaciones e instituciones que entran a trabajar en la Isla para algo más que proyectos muy a corto plazo.
Objetivos enfocados a resultados
El primer objetivo de UNICEF fue crear una base de datos completa “multihogar” de todas las familias de la Isla para poder establecer un diagnóstico y, posteriormente, iniciar a programar proyectos de acuerdo a sus necesidades.
Tuve la suerte de vivir todo este proceso participando en las capacitaciones a encuestadoras y encuestadores y su posterior supervisión, estando presente en el levantamiento de la información. En este momento las bellezas de la Isla -amaneceres y atardeceres preciosos en el mar, marisco fresco, los deliciosos dulces de coco de la señora Virginia, la sencillez y gentileza de sus habitantes…- empezaron a oscurecer al oír los relatos de quienes contestaban nuestras preguntas y al recapacitar sobre la falta de oportunidades de todas aquellas gentes, algunas de las cuales ya han dejado de ser “anónimas” para pasar a ser compañeras y compañeros de trabajo. 
Generación tras generación se repetían las mismas historias en las que niñas de 12 años embarazadas relataban sin dificultad su futuro, como si ya estuviera escrito.
Acabamos con las encuestas y esa primera fase de trabajo de la oficina de UNICEF. Sin mucha dilación, desde el área de Educación, comenzamos a trabajar con el Ministerio de Educación de El Salvador en un proyecto que busca fortalecer los procesos educativos innovadores en el centro escolar, aspectos como la convivencia, habilidades para la vida y talleres ocupacionales desde unas metodologías participativas, vivénciales y tecnológicas.
El proceso está siendo bien participativo, gracias al cual nos estamos enriqueciendo todas las personas participantes: iniciamos con un taller DAFO (análisis de debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades), de ahí le siguió la creación de un equipo que coordinara las acciones de mejora y las personas responsables de las mismas, todo ello incluido en un plan de mejora elaborado por la comunidad.
Cada mes aproximadamente debo viajar a la Isla para ver los avances que se están dando y es sorprendente observar como se ha empoderado parte de la población, sacando a relucir las capacidades que tienen y que durante tanto tiempo no han tenido oportunidad de demostrar.
Aún nos queda mucho trabajo por hacer y son bastantes las trabas que lo dificultan pero al final del proyecto el balance será siempre positivo, ya que las mejoras que se lleven a cabo, sean muchas o pocas, siempre serán resultado de las decisiones y acciones de la propia comunidad.
