La escasez del agua en Honduras, una cuestión paradójica

22 de Marzo, Día Mundial del Agua

Por Ianire Molero, cooperante vasca en UNICEF Honduras

Se escucha el sonido del agua como si fuera un manantial. Estamos en el lavandero público del barrio de La Cabaña, uno de los tantos de la capital de Honduras que cada día recibe a mujeres, niñas y niños que lavan sus ropas aquí para ahorrar agua en sus casas. Este líquido, que brota a una velocidad de 2.300 metros cúbicos por segundo en el país centroamericano, se ha convertido en un diamante en bruto en Tegucigalpa, donde las dos represas que nutren a la ciudad se han reducido a niveles históricos por la sequía del último año, la falta de conciencia ambiental y el deterioro de los recursos hídricos.

Honduras vive un estado de emergencia por la escasez de agua. El resultado es un férreo calendario de racionamiento y unas previsiones poco halagüeñas: en abril, el 40% de los capitalinos no tendrá agua. Quienes más lo sufren son los barrios marginales, que no disponen de sistemas de almacenamiento que bombeen la reserva cuando la empresa nacional de agua raciona. Además, estos mismos vecindarios, con crisis o sin ella, forman parte de ese 35% que se abastece con los camiones cisterna que pasan dos o tres veces por semana.

Gloria Isabel explica, con las manos enjabonadas, que no tiene agua en casa y, por eso, “para tomar y cocinar” se la compra a una de las vecinas adscritas a la red del Servicio Nacional de Acueductos y Alcantarillados, SANAA, que sí la recibe. Para acopiarla hace todo tipo de malabarismos, desde galones de cinco litros hasta botellas de plástico. El baño y el aseo de la ropa lo llevan a cabo en este espacio, que recibe el agua de una vertiente natural y cuya instalación cubre el estado. Gloria viene acompañada de su hijo, Samuel, que con cuatro años ya levanta cubos para hacerlos llegar a su vivienda. “De momento es muy chiquito, pero cuando crezca un poquito más me ayudará a jalar más”, explica la mujer, sin levantar la mirada de la tabla donde se afana en borrar las manchas de una camiseta.

Giorgina y María Fernanda suelen acompañar a Gloria Isabel en el aseo. Las tres son vecinas y presumen sonrientes de la organización comunitaria en La Cabaña, donde aseguran que entre todos ayudan a cuidar “el tesoro”: “Aquí nos conocemos. Los hombres mantienen el lavandero limpio y vigilan para que los taxistas no laven sus carros, sería un desperdicio. Nosotras somos las que lavamos la ropa”. Mientras, algunos de los hombres del barrio se aglomeran sentados en las rocas que bordean el lavandero mientras las mujeres trabajan.

Aproximadamente, 500.000 personas en Tegucigalpa utilizan desde hace años estas alternativas. Sin embargo, pagan el metro cúbico más caro que en un hotel de cinco estrellas. “Es la inequidad que vivimos en el país. El pobre paga más por el agua. Por ejemplo, si usted tiene poder adquisitivo y está conectado a la red del SANAA paga ocho lempiras por metro cúbico de agua –1,30 dólares-. Si usted es un pobre conectado paga una lempira por un metro cúbico–0,60 dólares-. Hasta ahí se respeta el nivel socioeconómico. Ahora, si usted vive en una colonia marginal y compra el agua a un camión, paga más de cien lempiras por metro cúbico –5,30 dólares-. Están cubriendo el diésel”, argumenta el ingeniero Moncada, ex gerente del SANAA y director del ERSAP (Ente Regulador del Servicio de Agua Potable).

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