Experiencias de ida y vuelta

Por Maite Elola, cooperante de UNICEF Guatemala (Septiembre 2008- diciembre 2009)

Regresé a Bilbao cuando la ciudad ya estaba iluminada por las luces navideñas; desde ese momento comenzó una nueva etapa de readaptación tras 15 meses trabajando en UNICEF Guatemala.

Un retorno agridulce a lo que para mí era la cotidianeidad que tras esta intensa experiencia siento extraña. La vuelta a la normalidad después de convivir con la incertidumbre y el caos de Ciudad de Guatemala, que desde la distancia se me antoja bucólica, me resulta sumamente complicada.

Guatemala es un país de contrastes donde destaca por encima de todo la desigualdad. El contraste entre las sonrisas afables y estampas dolorosamente punzantes, paisajes extraordinarios, grandes casas en buenas colonias y barriadas indescriptibles, sin acceso a agua potable y suelos sin pavimentar. Por no hablar del área rural, donde el cambio climático hace estragos y la falta de servicios básicos es patente a todos los niveles, afectando a la población más vulnerable: niños, niñas, adolescentes y mujeres.

No existe el grado medio a ningún nivel. En sus calles se mezclan los vendedores del sector informal y pequeños comedores a precios populares y las grandes superficies y cadenas de comida rápida. Ni si quiera existe equilibrio entre los propios ciudadanos, conviven sin mezclarse dando lugar a una jerarquía que utiliza a sus propios compatriotas, la mayoría indígena, como mano de obra barata.

Sin embargo, todo el pueblo guatemalteco, y los que hemos tenido la suerte de convivir entre ellos, tenemos algo en común: una total exposición a la violencia.

Una violencia creciente que da lugar a experiencias de vida crueles, marcadas por el dolor y por un grado de impotencia que confluye en la consideración general de que esta situación es normal.

Por eso regresar a Bilbao, volver a caminar por las calles sin mirar hacia atrás, subir a un autobús sin estar rodeada de personas armadas, tener garantías de que los tuyos están a salvo, tiene, obviamente, un lado positivo.

Con todo, echo de menos a cada una de las personas que he conocido, cada profesional de la cooperación para el desarrollo que creen que Guatemala es un país lleno de posibilidades y luchan cada día por que ese día llegue. Cada lugar que he conocido con los sentidos bien abiertos para no perderme ninguna de las sensaciones que transmitían o cada sabor de las comidas tradicionales que he podido compartir.

Añoro a mis cuates, su energía y carisma, el amor con el que me han tratado sus familias, y el orgullo de todos ellos por su país. El rechazo absoluto a una violencia que les afecta diariamente y sus disculpas cuando te sorprende a ti, apenados de que esa situación te afecte y te saque de un zarpazo de tu sueño.

Volver no es sencillo, son muchas vivencias y experiencias, algunas de ellas muy duras, dejando atrás personas maravillosas, pero que te hacen apreciar la suerte de haber podido aprender de ellos otra forma de entender el mundo. Un mundo que no es justo pero por el que luchan y se crecen, mientras nuestra comodidad y día a día nos hace lamentarnos con ligereza, sin reflexionar sobre lo afortunados que somos por disfrutar de un estado del bienestar y calidad de vida que otras personas, millones en el mundo, no llegan ni a acariciar con los dedos.

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