Si ya es dura la vida en la calle para una persona de aqui, no os podéis ni imaginar para alguien que viene de fuera. Recordando las historias que nos han contado, vimos que era gente que salía de su país obligada por la situación económica, por las guerras, porque la ley en su país penaliza la homosexualidad o algunas religiones… Tod@s ell@s parten con el corazón roto porque dejan una tierra que quieren y se enfrentan con miedo a un futuro en un lugar en que todo es nuevo: la lengua, las costumbres…Y cuando llegan, se encuentran con el rechazo, con la falta de posibilidades, con leyes que no entienden pero que les abocan a la marginalidad y la exclusión. Y algun@s de ell@s no encuentran otra salida que la prostitución o la venta de drogas. Y por supuesto, el robo para comer, para vivir. Reparamos, por las historias que oímos todas las noches, que las personas que llegan a este punto además consumen drogas. Y aquí es cuando empieza la caída en picado. Porque engancharse es fácil pero para l@s inmigrantes la salida del pozo de las drogas es más difícil: sin red social, sin entender el idioma, avergonzad@s por haber llegado a esta situación, sin documentación… Para nosotr@s el sentimiento al recordar todo esto era de impotencia. ¿Qué se puede hacer?
Así, empezamos a pensar en las personas usuarias que habían pasado por Hontza y habían seguido un tratamiento con mayor o menor éxito y nos dimos cuenta de que las que más difícil lo habían tenido eran aquellas que provenían de otros países.