Sembrar fraternidades y libertades: por el derecho a una vida independiente en la comunidad

Foto cedida por FEKOOR. Manifestación por la accesibilidad en la red ferroviaria.

Foto cedida por FEKOOR. Manifestación por la accesibilidad en la red ferroviaria.

Por: Víctor Bayarri Catalán. Consultor social. Portavoz de la Plataforma ciudadana “Volem Llars per Viure” –“Queremos Hogares para Vivir”.

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Declaración Universal de Derechos Humanos, 1948.

La Madre Tierra nos acoge desde tiempos inmemoriales; nos acoge y nos nutre sin más prenda que el don de dar y compartir. Algo que olvidamos demasiado a menudo. Algo que recordamos cuando el Mundo que hemos creado se descose y grita socorros y alertas. La Humanidad vive, ahora mismo, tiempos de grandes temores y de grandes esperanzas. Un virus, un minúsculo residuo orgánico que se extiende por todo el planeta, nos recuerda lo frágiles que somos, lo equivocados que podemos estar en nuestras formas de vivir, y a la vez nos muestra lo mejor del ser humano. Abre una grieta por dónde se cuela la luz y vemos, de nuevo, que los sueños de fraternidad y de libertad no caducan y renacen esperando una nueva primavera para mostrar todo su esplendor.

Hoy, 3 de diciembre, celebramos el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, y catorceavo aniversario de la aprobación, por la Asamblea General de Naciones Unidas, de la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Ahora y aquí, es el tiempo para sembrar esperanzas y fraternidades, para ser conscientes que aquello que doy y comparto abre las avenidas de la libertad, alumbra un mundo mejor para los seres humanos y para la Tierra.

Y en esta siembra para la libertad, el compromiso ciudadano, fraterno y consciente, de cada uno de nosotros, es el arado que abre el surco. Un arado forjado en la fragua de los derechos reconocidos, que demasiado a menudo son poco sabidos y aun menos practicados; como si se ocultaran en la penumbra de una selva frondosa, cual rara avis en peligro de extinción. Así, uno de esos derechos en la penumbra, una de esas rara avis, en la que os pido que pongáis foco y mirada, es el derecho a vivir de forma independiente en la comunidad, tal como lo establece el artículo 19 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 3 de diciembre de 2006.

¿Y qué nos dice este derecho? Este derecho es un mandato para los 182 Estados Miembros de las NN.UU que han ratificado la Convención, de acuerdo con la cual “reconocen el derecho en igualdad de condiciones de todas las personas con discapacidad a vivir en la comunidad, con opciones iguales a las de las demás, y adoptarán medidas efectivas y pertinentes para facilitar el pleno goce de este derecho por las personas con discapacidad y su plena inclusión y participación en la comunidad, asegurando en especial que tengan la oportunidad de elegir su lugar de residencia y dónde y con quién vivir, en igualdad de condiciones con las demás, y no se vean obligadas a vivir con arreglo a un sistema de vida específico; (…)”

Sin embargo, esta manifestación de un derecho primordial choca de frente con una realidad de millones de personas, en todo el mundo, que se ven obligadas a vivir en centros residenciales y asilos, sin condiciones dignas ni alternativas adecuadas. Ellas han sufrido con mucha más intensidad la pandemia del COVID-19, como nos muestra una investigación longitudinal, en 19 países de la OCDE, realizada por la Red Internacional sobre políticas de cuidados de larga duración, en relación a la mortalidad asociada con el COVID-19 en centros residenciales: se incrementa un 50% o más el riesgo de mortalidad ante una pandemia para aquellas personas que están ingresadas en centros residenciales.

Las personas con discapacidad, así como las personas mayores con dependencia, quieren vivir vidas plenas y activas, como cualquier otra persona. Poder elegir dónde y con quien vivir, poder escoger el propio proyecto vital, crecer en autonomía personal y en participación, gozar de condiciones efectivas para la igualdad en ámbitos tan diversos como la movilidad, el trabajo, la educación, la salud, la vivienda, el ocio, la cultura y los servicios sociales. Así, poder ejercer este derecho no solo responde a los principios fundamentales de la dignidad y la libertad, sino que además resulta vital para garantizar los derechos a la vida, la integridad personal y la salud. Garantizar el derecho a la vida independiente supone, ante todo, respetar la vida humana en toda su diversidad.

Conquistar este derecho es una obligación para los Estados signatarios, aún incumplida en gran medida, pero a la vez supone un compromiso de ciudadanía para todas las personas que habitamos este bello planeta. Un compromiso que solo desde una cálida fraternidad y un firme trabajo comunitario, digno y consciente, vamos a poder transformar en frutos y en simientes de futuro. Algo que está a nuestro alcance, pues todas las personas podemos sembrar fraternidad y labrar por la libertad si compartimos con otras este sueño de Humanidad y trabajamos juntas para hacerlo realidad.

Este mismo año 2020, cuando arreciaba el impacto de la COVID-19, un pequeño grupo voluntario nos pusimos en la labor de reivindicar Hogares para Vivir para todas las personas. Se ha producido, también este año, nuestro grato encuentro con la Escuela Iberoamericana de Habilidades para la Vida, que desde hace dos décadas es un buen ejemplo de esa siembra, de ese dar y compartir para crecer en fraternidades y libertades. Está a nuestro alcance, emprender iniciativas y trabajar por este derecho universal a vivir una vida independiente en comunidades más fraternas e inclusivas.

¡Que sean muchas las iniciativas! ¡Que den abundantes frutos para la libertad y la fraternidad!

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