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Llovía, llovía a cantaros y el muchacho no tenia donde dormir esa noche, acababa de llegar a un País que no conocía el idioma y se sentía fuera de lugar. Pasaba por las cafeterías y veía a gente en grupo alrededor de mesas riendo y comiendo ricos manjares.
El había conseguido huir de un país que le asustaba, y le atormentaba el horror de la guerra, la miseria, las doctrinas salvajes como la religión. El no se sentía un inútil, solo que no tenia herramientas para expresar su inteligencia y constancia en algo, todavía con 17 años no sabia que quería ser en la vida, no sabia siquiera quien era el mismo, se sentía como una larva en su capullo.
Se acercó a un puente para cobijarse de la lluvia, y allí había un grupo de chavales de su país de parecida edad a él, se sintió más seguro por estas dos circunstancias. Pero pronto se dio cuenta que estaba fuera de lugar, que esos chavales no estaban haciendo algo normal, estaban oliendo en un calcetín algo que olía fortísimo y hablaban de dar un palo, de colocarse para ir a robar. El estaba espantado, quería irse, pero la soledad también le apabullaba, así que optó por quedarse con ellos.
Le quisieron dar a oler el disolvente, pero como nunca lo había hecho, no le colocó, lo olió sutilmente en vez de cómo hacían ellos: que hinchaban los pulmones como si la vida les fuera en ello. Eran fiestas de esa ciudad, así que los demás chicos decían que la noche prometía, que iban a triunfar. Se adentraron entre la muchedumbre…
Zacarías corría mucho, se chocó varias veces con grupos de gente que le increpaban: oye mira por dónde vas, y en varias veces el líquido pegajoso y de fuerte olor a alcohol que sostenían en grandes vasos de plástico, salió volando por los aires majándolos a todos con él. Ya no corría nadie tras él, se encontraba solo otra vez, sus paisanos habían desaparecido. Uno de ellos había sustraído un móvil del bolso de una chica y esta había gritado mucho, y unos chavales les habían seguido, vio como a uno de sus paisanos lo habían sujetado por la sudadera y no supo que sería de él, si lo pegarían o llamarían a la policía.
No se atrevía a volver donde el gentío, donde se oía la música, así que siguió alejándose más y más de la ciudad. Subiendo por un monte, pasó un cementerio, pasó una cancha de baloncesto y se adentró en unos matorrales, justo ahí dentro vio una caseta con tablas de madera colocadas a modo de puerta, pero que si llovía el agua podía pasar dentro de la caseta. No llamó, pasó sin más. Dentro estaba oscuro, sacó su mechero y encendió una vela que vio encima de una caja de cartón a modo de mesa. En la estancia había varios colchones en el suelo, no eran mas que tres, pero había cartones por el suelo con mantas por todas partes, así que ahí pernoctaban bastantes personas.
-Eh! Dindimak!! ¿quien eres tú?- Una linterna le alumbró de lleno en la cara. Zacarías no veía a la persona que le hablaba, pero su voz era pastosa, arrastraba las palabras, era mayor, se notaba al hablar que le faltaban los dientes y que estaba colocado, vete a saber de cuantas cosas, de todo lo que pillara, Según estaba pudiendo comprobar la gente ya fuera de su país o de ese mismo país les encantaba estar bajo los efectos de algo, a él le aterraba estar sin familia ni amigos, ni hogar, así que no quería ni imaginarse si le faltaban también sus facultades mentales para poder defenderse y que abusaran de él, como cuando era pequeño y no podía defenderse, cuando le zurraban en su barrio los chicos mayores. Una vez perdió la consciencia de los golpes que le dieron y cuando llegó a casa todavía fue peor porque su padre siempre le pegaba porque le cabreaba que no supiera defenderse.
-Eh! Rachid! ¡No asustes al pobre chaval, deja que le vea la cara.
-¡Ey! yo me llamo Mohamed, ¿tú como te llamas?
-Zacarías.
-¿Eres nuevo verdad? No te he visto nunca.
-Si, llegué hace 3 días.
-Levántateee-dijo Rachid escupiendo al hablar-este es mi colchón.
-Ven Zacarías, de momento están secos los cartones, ya buscaremos un colchón -le dijo Said amablemente.
Said parecía aún más joven que él, era muy guapo, tenía rasgos finos y la piel muy clara, el pelo castaño claro y ensortijado, lo pudo contemplar mientras duraron las velas encendidas. Despues fueron llegando en grupo otras cuatro personas, en dos colchones dormían cuatro, en el tercer colchón dormía solo Rachid, que era el único mucho mayor que los demás. Said y él durmieron en los cartones con las mantas húmedas con olor a pies, pero eso era lo de menos, pues llevaba tres noches sin dormir, había dado alguna cabezada en un parque con un estanque por el que pasaba poca gente.
A la mañana le despertó el frío, y se acurrucó al lado de Said. Se quedó otra vez dormido hasta que la voz quejumbrosa de Rachid lo despertó:
-AAAhhh! puta vida, ¡Said levanta!, ¡vamos a buscarnos la vida! Necesito unas monedas pa comprar cerveza y pastillas.
Said parecía el Lazarillo de Rachid, aunque le contestó- ¡No me toques los cojones Rachid! no hay nada para hacer ahí fuera- Se fue desperezándose y se calzó las playeras.
-Será mejor que te vengas conmigo Zacarías, así aprenderás un poco como sobrevivir por aquí.
Ala de Cuervo
Noviembre 2017