La Sala de Consumo Supervisado abrió sus puertas en Noviembre del 2003, en Bilbao. La sociedad vasca no ha sido ajena al fenómeno de las drogodependencias y las instituciones han sabido poner en marcha diversas iniciativas para dar respuesta a los problemas derivados de los consumos de drogas.
La actual red existente (Pisos de apoyo a tratamiento, Servicios Sociales, Centros de Baja Exigencia, Comunidades terapéuticas, Salud Mental y Educativos) es fruto de tres décadas de intenso trabajo colectivo implicando a profesionales, instituciones y ciudadanía. Ante la complejidad radical que implican las adicciones, y la necesidad de ampliar sus marcos de atención social y sanitaria, surge la estrategia de Reducción de Riesgos, y la Baja Exigencia encuentra cobijo y razón de ser en el escenario de las políticas más progresistas de actuación en el territorio de Bizkaia. De esta manera surgen, desde diferentes lugares, iniciativas que abordan la cuestión de las toxicomanías desde Otro lugar, con Otras miradas.
Esta perspectiva presenta alternativas más flexibles y más acordes a las características actuales de la red de atención social siendo capaz de acoger, dar asilo, a las particularidades de las personas que atendemos, posibilitando así la creación de programas, estrategias, dispositivos y acciones que atiendan a estas singularidades, como punto ético irrenunciable.
Recordemos que el concepto “Reducción de Daños” como estrategia de intervención ante los problemas derivados del abuso de drogas no comenzó a usarse hasta finales de los años ochenta como respuesta a la importancia que adquirieron los problemas asociados al consumo, especialmente la epidemia del sida entre los usuarios de drogas inyectadas en los países occidentales. En la génesis y en el posterior desarrollo de estos nuevos escenarios se encuentra el Movimiento asociativo como pilar fundamental. Es a raíz de la iniciativa particular de asociaciones y colectivos ciudadanos que comienzan a surgir diversos espacios comunitarios dedicados a la atención socio-sanitaria de poblaciones en riesgo de exclusión social, toxicomanías o Salud Mental.
En este contexto nacen en Bizkaia durante la década de los 80 nuevos dispositivos en la red de atención en Salud Mental (efecto de la reforma psiquiátrica): Centros de Salud Mental, Unidades de psiquiatría infantil, Hospitales de Día, Servicios de alcoholismo y ludopatías, Módulos psicosociales, Centros para el tratamiento de toxicomanías, Programas de Mantenimiento con Metadona, Centros de Día, Comunidades Terapéuticas de toxicomanías, Clubs psicosociales y Servicios de rehabilitación comunitaria, entre otros.
En nuestro entorno más próximo se crean a su vez Servicios de atención diurna y nocturna, Centros de Día, albergues sociales, una Sala de Consumo Supervisado, pisos tutelados, recursos dedicados a la Reinserción social y laboral, Asociaciones de usuarios y familiares o Actividades de ocio y tiempo libre. Así mismo, desde la red Sanitaria se promueven Programas sectoriales de prevención, atención primaria, detección precoz, Urgencias psiquiátricas, hospitalización o programas de rehabilitación, entre otros. Es entonces cuando comenzamos a vislumbrar la necesidad de coordinación y trabajo en red entre los diversos recursos socio-sanitarios, fortaleciendo el tejido social y profundizando en las metodologías del acompañamiento desde el marco que nos proporciona el Modelo de Reducción de riesgos y daños asociados al consumo de drogas.
Así, el objetivo de esta nueva manera de mirar la cuestión de las drogodependencias deja de ser únicamente la abstinencia en el uso de sustancias y la criminalización de aquel que pese a las recomendaciones del discurso neo-higienista decide continuar consumiendo. Entonces la abstinencia ya no se plantea como condición sine qua non (de carácter más bien obligatorio), y las recomendaciones pasan a centrarse en la atención social, sanitaria, terapéutica o legal orientada hacia la disminución de los riesgos asociados al consumo y las problemáticas sociales que de ellos se derivan. Sin embargo este modelo no solo implica un cambio en los objetivos planteados y por lo tanto en las estrategias a poner en marcha, sino que implica también una transformación en la filosofía que subyace a estas estrategias, es decir, exige un cambio en las creencias, las actitudes, los pensamientos y los discursos contemporáneos que se articulan en torno a la cuestión de las drogas y a los fenómenos de desinserción social y Salud Mental asociados.
Es decir, el modelo de reducción de riesgos y la Baja Exigencia no se detiene ante los efectos del tóxico en la salud, sino que propone un abordaje integral de la persona y de todas aquellas facetas que puedan verse afectadas por el consumo de drogas, como son el aislamiento social, la exclusión del circuito laboral y educativo, así como la evitación de los efectos excluyentes derivados de la actuación del sistema penal y policial, poniendo a trabajar juntos a los profesionales de diversas disciplinas sociales y sanitarias para abordar la complejidad del fenómeno que nos ocupa.
En este contexto, lo que conocemos como Dispositivos y Servicios de Baja Exigencia se han mostrado especialmente útiles, eficaces e imprescindibles para operar en el tratamiento comunitario de las adicciones, la Salud Mental comunitaria y las desinserciones sociales. En mi opinión este tipo de servicios nos dan la clave para pensar la atención social general y las coordenadas que ha de seguir el programa institucional en la actualidad. Podemos pensarlo quizás como el laboratorio en el cual vamos a poder encontrar la orientación que nos conviene aislar, y asimilar, de cara a producir una atención social eficaz, ética y humana que atienda tanto a las particularidades de las personas como a las singularidades de los profesionales, disciplinas y servicios, de acuerdo con su función dentro del aparato de la atención social y la diversificación de las redes actuales de atención social.
Se trata de servicios más flexibles, más líquidos, más dúctiles a los cambios sociales, que se adaptan muy bien ante los nuevos modelos de consumo y ante el escenario actual tan marcado por el signo inequívoco de la fragmentación social. Servicios en donde hemos aprendido la utilidad de la escucha y de la palabra, donde aprendemos cada día a pensar nuevas maneras, inéditas, una por una, de hacer consistir el lazo social, atendiendo a las invenciones particulares de las personas que atendemos.
En este sentido y para mostrar su verdadera eficacia social, el modelo de atención socio-sanitario debería interesarse especialmente por lo que ocurre, digámoslo así, a pié de calle. Y en particular en la atención a aquellas personas que padezcan causas graves de salud, limitaciones funcionales, Salud Mental, o se encuentren en situaciones de especial vulnerabilidad o riesgo de exclusión social, y necesiten de una atención social y sanitaria simultánea, coordinada y estable. Personas que nos ponen a trabajar juntos, a unos y a otros (En red), en la atención de aquellos casos que quedan más alejados del lazo social.
En la actual configuración de la red de servicios de Bizkaia, que es fruto de una estrategia colectiva y de muchos años de trabajo, resulta imposible entender la red de atención social sin los servicios de Baja Exigencia. En este sentido es tan importante la labor de la trabajadora social de los Servicios Sociales de Base, como el trabajo del educador social de calle. Ambas funciones solo encuentran su sentido en el conjunto de la red, ¿por qué? Porque hoy en día es necesario saber que el tratamiento es la red.
En consecuencia, este Modelo de atención que tenemos en Bizkaia involucra en su intervención la creación de equipos interdisciplinares capaces de acoger en su seno distintas disciplinas y discursos. Así mismo, el trabajo en equipo cobra un especial papel como eje y sostén de la intervención. Se trata, por tanto, de “engrasar la red” desde sus cimientos, buscar aquellos resortes y engranajes necesarios para hacer operativa una asistencia social adecuada, flexible y operativa, sin renunciar a un punto ético fundamental, a saber, la atención particular de cada persona, cada persona ha de ser acompañada de manera diferente. La persona debe ocupar por lo tanto el centro de la red, la red solo tiene sentido si sostiene a las personas. Porque no nos engañemos, es la persona la que crea la red, su propia red, y no al revés. Esto implica, de entrada, cierto grado de humildad por parte de los profesionales.
En síntesis, el Modelo de la Baja Exigencia implica un giro conceptual en los dispositivos de trabajo asistencial y preventivo, donde la intervención se asienta en una filosofía comunitaria, lo que favorece, potencia e impulsa el desarrollo de intervenciones en otros muchos campos, Salud Mental, Servicios Sociales y Educativos, de tal manera que podamos atender a las personas en sus diferentes procesos de incorporación social.
Podemos considerar, tal vez, que lo que conocemos como Baja Exigencia nos proporciona una vía de acceso imprescindible e irrenunciable para comprender, por ejemplo, las coordenadas previstas por el programa institucional, en tanto en cuanto los servicios en los que trabajamos van a ser capaces de acoger o no a estas personas, o si por el contrario van a segregarlas, a dejarlas caídas de la atención social. Es decir, estos casos subvierten, en gran medida, la propia lógica institucional. Son casos que nos animan a pensar otras maneras de hacer Educación Social, ante la emergencia de un saber que está por venir en el tratamiento de la red de atención social y las problemáticas emergentes.
Resulta imprescindible que existan este tipo de dispositivos para atender de manera integral las cuestiones actuales de la adicción y las fragilidades sociales en Bizkaia.
Ante la noticia del cierre de la Sala de Consumo Supervisado de Bilbao, a 26 de Junio del 2014.
Cosme Sánchez Alber
Técnico en Intervención Social
Comisión Ciudadana Antisida de Bizkaia