Poniendo en valor la perspectiva relacional de intervención. Por Raul Castillo, psicólogo y educador social.

Graffiti de San Francisco, Bilbao.

La mayor parte de los funcionarios pueden dar órdenes sin saber cuáles serán sus efectos. En muchos casos, resulta objetivamente difícil prever sus efectos. Por lo general, sólo tienen una idea abstracta y distante de los mismos; una idea que encuentra su vez su mejor expresión en el lenguaje de la estadística, es el lenguaje y de resultados sin emitir juicio alguno, y menos aún juicios morales.

BAUMAN ZYGMUNT, “Modernidad y Holocausto”, ed. Equitur, (2010), p.125

Como refería Jaume Funes en uno de los post anteriores “Con demasiada frecuencia quienes mandan, […] se ponen de acuerdo para recordar y exigir a las personas que reciben algún tipo de ayuda que deben portarse bien, que deben cambiar de acuerdo con lo que el poder entiende como forma adecuada de hacerlo.”

Actualmente son estas máximas las que rigen en gran medida nuestras intervenciones. A lo largo de los años hemos ido viendo desde las trincheras de nuestras organizaciones cómo crecía, para bien y para mal, un sistema (con todo su poder racionalizador, con todos sus recursos, con todas sus posibilidades y con toda su fuerza en forma de cuadrículas).

A finales de los años 70 las trabajadoras sociales, en muchos de los barrios de nuestras zonas industriales, aparecían como avanzadilla de la intervención social organizada en un entorno regado por las ganas de los vecinos (organizaciones cívicas, movimientos vecinales, parroquias…) en pro de la mejora y transformación que sus condiciones de vida, frente al casi vacío de la oferta de los poderes públicos.

Hoy la realidad presta matices muy diferentes al sueño de aquellas. Muchos de los recursos que quisimos crear son realidad: rentas mínimas de inserción, apoyo a la dependencia, itinerarios activos de inserción, una amplia red de servicios sanitarios especializados en salud mental, drogodependencia,… Lo que no hubieran dado aquellas trabajadoras sociales por poder ofrecer estos recursos ante una demanda tan abrumadora como la que encontraban. Y sin embargo ante este sistema (tan coherente y rotundo en su soliloquio) nos hallamos con grandes limitaciones que nos impiden llevar a cabo intervenciones que claramente creemos transformadoras.

Hace no demasiado, unos amigos educadores me contaban como, desde los técnicos de la administración de quien dependen, les habían reducido el tiempo de intervención a procesos que no fuera más allá de los seis meses, con menores en situación de riesgo. En servicios de formación en este momento de crisis se están priorizando los perfiles más “empleables” como una política dirigida a conseguir las mejores estadísticas de inserción. La cada vez mayor protocolarización de muchos de los servicios deja fuera prácticas como la educación de calle frente a otras como la intervención individual de despacho, no tanto por su valor sino más bien por su especificidad y posibilidad de convertirse en materia contable.

Estos y muchos otros ejemplos de los que seguro podéis dar cuenta, ponen en entredicho no ya el sistema; (que al menos bajo mi punto de vista es un logro que debemos defender con fuerza frente a los que reclaman la vuelta a esquemas de “sociedad civil benéfica”); sino su rigurosidad, verticalidad y escasa porosidad a las voces y sobre todo criterios de las personas que día a día se encuentran con la realidad de la exclusión (y no digamos ya a las personas en procesos de exclusión).

Hoy con la tijera en alto amenazando todos los rincones de nuestro sistema de bienestar quizás no sea el mejor momento para plantear este tipo de argumentos. El sistema de servicios que hemos construido aporta elementos claves para las personas y para la sociedad. Aporta sistematización, aporta calidad en la intervención, reflexión, posibilidades de derivación, orden etc…

Y sin embargo más que nunca hoy, es necesario impregnar este entramado de protocolos y recursos con el jugo relacional que llenó de pasión el trabajo de aquellas trabajadoras sociales de los 70, el mismo que aún persiste en todos y cada uno de los encuentros que tenemos en nuestra práctica diaria.

Son las personas, las comunidades, y sobre todo los vínculos que establecemos con estas, las que nos convierten en herramientas para la transformación (que nunca dejará de ser mutua, si quiere ser verdadera) Son las experiencias de vida, de cambio, de ruptura, de fracaso, de aprendizaje conjunto, las que podemos aportar y las que es necesario seguir reivindicando como entramado fundamental de nuestro trabajo.

En esta sociedad productiva (cada vez más convertida en producto de sí misma) nunca se nos debe olvidar que mucho del trabajo que desarrollamos desde los espacios de intervención social tienen más que ver con la re-producción, que con la pura producción de personas “útiles” para seguir alimentando el sistema. Son las labores de cuidado, de apoyo, de acompañamiento, de aceptación, de reconocimiento, descubrimiento del otro, de confianza… las herramientas básicas de nuestra forma de hacer que no debemos dejar aparcadas.

Hoy se nos piden sobre todo resultados desde la única ley de todo buen burócrata (máxima eficacia con el mínimo gasto) En esta canción de la máxima eficacia proliferan cada vez más los procedimientos condicionados desde el sistema. Te doy una ayuda siempre que respondas, te ofrezco mi apoyo si evolucionas, podrás entrar al piso si dejas de consumir, en la formación si tienes papeles…

Posiblemente esté de acuerdo con todas estas afirmaciones en muchos de los casos en las que se aplican. El condicionamiento en ocasiones es un buen motivo y acicate para crecer. Pero no estoy de acuerdo con la inflación de este tipo de respuestas y procesos. Ni con la pérdida de espacios en los que el encuentro es el elemento fundamental, en los que el re-conocimiento mutuo es en sí el objetivo a conseguir.

Creo en la eficacia del vínculo y creo que éste sólo puede crecer desde la confianza, desde el respeto (profundo) al otro y en muchas ocasiones desde la incondicionalidad hacia personas que deciden trayectorias con las que uno no tiene nada que ver. Creo que arando en estos caminos recogeremos mucha de la eficacia que tanto se reclama (al menos desde mi experiencia siempre ha sido lo relacional lo que a la larga ha resultado más eficaz) Como en toda buena tierra será necesario dejar tiempo para que crezca y confiar en que la vida haga el resto… como por otra parte siempre ha hecho.

Raúl Castillo Trigo
Psicólogo y Educador Social.

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