“Pienso que aquí radica uno de los principales éxitos de nuestra labor como acompañantes. Escuchar a la persona, respetar su lugar, su palabra, su modo de vida, su sufrimiento… y no pensar que es el educador/a quien sabe lo que el otro necesita, sino que nuestra labor debe ir orientada a posibilitar un espacio, un lugar, donde la persona pueda elaborar lo que le ocurre, hablar de sí misma, y posteriormente ya llegarán los cambios y las decisiones si la persona desea esto. Pero siempre en un segundo término. No podemos adelantarnos, pensar por el otro (infantilización, paternalismo, desresponsabilización). Sino que debemos hacer posible un espacio donde la persona pueda hablar, y pueda hacerse cargo de aquello que dice. Sin esto, creo que nuestras intervenciones serían fallidas, estériles, programadas.
Pienso que este es uno de los puntos clave que debemos poner en juego para contribuir a unas buenas prácticas profesionales, desde el discurso de la educación social y el respeto por las decisiones de las personas, sea cual sea el lugar que ocupemos como agentes sociales. Respetar los tiempos de las personas y no tratar de convocarlas a una “reinserción” forzada según los criterios de la “normalización” social o de los estilos de vida “normalizados” que proponen las instituciones del control social moderno. Pienso que debemos contribuir, desde nuestro lugar como profesionales de “esto”, al respeto por la palabra de las personas y no ceder ante el “furor sanandi” y los “buenos deseos” de cuidar o solucionar las vidas ajenas. Creo que hay, en nuestra disciplina, muchos profesionales de la intervención social que, en su deseo de cuidar del otro, hacen una mala práctica.”