Ojo por ojo y el mundo quedará ciego (Gandhi)

Reflexiones de un voluntario

El mundo de la prisión es un mundo marginado. La sociedad no está debidamente informada ni concienciada sobre este problema. En mi entorno se comparte, casi siempre, la misma idea que predomina en la sociedad: que la respuesta a la delincuencia debe ser la represión, y que el medio para garantizar la seguridad ciudadana es la mano dura con los delincuentes.

Ojo por ojo y el mundo quedará ciego. Gandhi

Antes de tener la primera experiencia con esta realidad, reconozco que una mirada superficial, indiferente y cargada de prejuicios levantaba un muro entre ellos y yo. Recuerdo que, cuando comencé a ejercer mi acción voluntaria en Bidesari, no era consciente de que esta comportaba un estilo de trabajo que implica el riesgo de salir de lo conocido, del “circulo reducido” de los míos: amigos, familia, de mi nivel social y cultural. Esto me supuso una perdida de seguridad; una necesaria apertura a aprender, conocer, un dejarme afectar por la realidad con la que me encontré (dolor, resentimiento, agresividad, exclusión). Para esto no se precisa heroicidad, basta con una sencilla presencia y acompañamiento.

Al cruzar esta frontera, he ido descubriendo la existencia de personas que necesitan y merecen ser tenidas en cuenta. En el contacto directo con estas personas (excluidas en su condición de drogodependientes, inmigrantes, además de presas), es donde he podido descubrir y experimentar el primer impulso de mi acción: la compasión, no como sentimiento de pena, sino viendo la realidad con los ojos del corazón, y claro, ante este dolor y sufrimiento no me es posible quedar indiferente.Gracias a esta implicación, he ido experimentando que desde el nivel personal y local, podemos ser fermento de una acción social, que sin olvidar la justicia, aporte misericordia, generosidad y gratuidad, que solo pueden nacer del encuentro y las relaciones humanas.

“No tenéis ternura, sólo tenéis justicia, por eso sois injustos” Dostoyewsky.

A lo largo de estos años en Bidesari, voy experimentado cambios en mi interior, cambios que provienen de la compasión y el encuentro con el que sufre, pasando por la rabia e indignación por su sufrimiento injusto (el sufrimiento siempre es injusto, no importa si el que lo sufre además de victima ha sido antes verdugo).

Al final, aún habiendo aliviado algo de sufrimiento, soy consciente de que el mal sigue acampando en nuestra sociedad, de que lo que yo puedo aportar no es mas que una gota de agua en un vasto océano. No se mucho ni de la psique humana, ni de las alternativas a la prisión, pero está claro que algo básico falla en el actual sistema penitenciario, y que la “rehabilitación” no es precisamente la razón fundamental que explica el funcionamiento de la cárcel.

Por todo ello, sigo apostando por trabajar por un futuro nuevo abierto a toda persona presa, porque su futuro es el nuestro. No soy ingenuo, ni tampoco desespero. No se trata de negar la responsabilidad personal de la persona presa, sino de asumir que el fracaso vital de estas personas también es un fracaso social y, por tanto, nuestro. Y a pesar de que el camino sea utópico, siempre es posible dar pasos en la recuperación de la dignidad de la persona.

Tengo Fe en Dios, en el Dios de Jesús, y esta Fe da sentido a mi compromiso como voluntario, sostiene las sucesivas crisis de desencanto por las que he pasado e, inevitablemente, tendré que volver a pasar en la medida en que mi compromiso sea realmente transformador. Fe en una concepción de la persona y de la sociedad que implica una visión desde los que sufren y la lucha por su inclusión en la sociedad.

Esta es mi experiencia, una experiencia “confesional”, confesante de un Dios que ama sin condiciones y sin exclusiones. Nuestras acciones altruistas, solidarias y compasivas nacen de la gratitud a un “amor primero”, inmerecido e impagable. No nos es posible amar si previamente no hemos experimentado ser amados.

Javier Denche Parrilla

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