UN DIA EN BOLIVIA…

Las 5 de la mañana y el sonido del despertador inunda la habitación donde todavía reina la oscuridad, pese a que los primeros rayos de sol pugnan por desperezarse y colarse en la intimidad de un “depar” en Sopocachi…

Una ducha rápida, el aroma de un café de los Yungas que compite con el sol por adueñarse de la sala donde el Canal Internacional escupe noticias sobre la Gürtel, la crisis, el paro, la nieve…

Gregorio en su radio taxi ya espera en el portal, la Ecuador conserva el ensordecedor silencio de la noche que abandona La Paz, dejando paso a las caseritas del mercado, a la marraqueta recién horneada, ¡mezcladito no más! Herminio saluda cuando cruzo el portal… ¡buen día “jefaso”!

Cruzamos el Prado que amanece, la trancadera que comienza en San Francisco, la autopista jalonada de corredores que ascienden por el arcén, desafiando la carencia de oxígeno siempre presente, las curvas con el claxon y las luces avisando de nuestra subida imparable hacia El Alto, las paredes que no permiten avistar un centímetro cuadrado libre de pintadas… Evo de Nuevo, Satucos, la Revolución avanza…

El avión que despega girando rumbo a oriente, rodeando el imponente Illimani que nos muestra su cumbre nevada. Dejamos atrás el altiplano, El Alto que se desparrama hasta donde la vista alcanza, los valles que pronto se encuentran debajo de nosotros…

Santa Cruz continúa con su atmósfera cargada de humedad, de calor, creando un ambiente irrespirable, trópico en estado puro que te hace echar de menos la dureza y el frío de la altura paceña abandonada hace una hora escasa mientras la ciudad despertaba en un nuevo día.

“Segundo anillo, jefe. Al final de Isabel la Católica” La calle taponada muestra al visitante una orgía de puestos de fruta, salteñas, detergente para la ropa, pasta de dientes, libros escolares, recambios para autos, moteles de unas horas… por fin alcanzamos la parada del autobús, camuflada entre sacos de harina y arroz, que nos tiene que llevar hasta el Charagua, municipio guaraní del Chaco boliviano, a medio camino de Argentina, de Paraguay…

De entre el variado e irreal paisaje humano que se encuentra esperando el bus, se destaca la presencia de los “menonitas”, descendientes de alemanes que continúan vistiendo como los campesinos europeos del siglo XVIII, que mantienen un dialecto extraño, que se dedican, con la misma voracidad que sus antepasados, a acumular tierra y capital, viviendo al margen de la realidad boliviana, encerrados en una burbuja de fundamentalismo cristiano…

Las más de 5 horas de viaje hasta Charagua se mezclan con el polvo y el calor, las vendedoras de charque con elote, los jugos, las películas de Jacky Chang… y acaban en una terminal de buses que apenas consiste en una ventanilla que se abre a una calle de arena, donde una farola que no ilumina sirve como referencia para que alguien venga a buscarte para llevarte a algún sitio… un guiri varado en mitad de la nada.

Dormir en un alojamiento, en “el” alojamiento, despertar a las 6 de la mañana para esperar a los compañeros, hasta las 6 y media, hasta las 7, hasta las 7 y media… subir a una camioneta que abandona el municipio para adentrarse por un camino que serpentea por comunidades rurales, tres, cuatro, cinco casas de madera en cada una, donde durante cientos de años el pueblo guaraní ha resistido colonizaciones, conquistas, democracias de papel, dictaduras de hierro, neoliberalismo asesino… han resistido en la pobreza obligada, encima de las reservas de petróleo y gas más importantes de Bolivia, cuyos beneficios han escapado directamente a los bolsillos de los que hoy dicen defender la democracia y el Estado de derecho.

La escuela donde se encuentran todos/as los/as dirigentes/as muestra una placa recordando su construcción por una organización dependiente de la Iglesia, vestigios del paso de la Compañía de Jesús por estos lares… tras un café puro y dos panecillos recién hechos, entrar en un aula repleta de personas cuya memoria histórica se encuentra viva y presente, recordando la presencia de otros barbados con aviesas intenciones, hace que el pulso se acelere, haciendo consciente la importancia de cada palabra, de cada gesto… pero nos entendemos, sabemos que en guaraní y en castellano justicia, solidaridad, compromiso… significan lo mismo…

El camino de regreso, con el recuerdo fresco de la complicidad y la confianza desvelada tras las miradas infranqueables, gestos adustos que asienten con un leve movimiento que tan solo arruga la piel, se hace más liviano, más llevadero… el polvo sigue entrando por la ventana, el calor continúa presente…

Y dos días, dos mil kilómetros, dos aviones, cuatro autobuses y cuatro taxis después, de nuevo en La Paz, otra vez el bloqueo (esta vez son los normalistas, o los mineros, o los informales, o los pensionistas), los petardos, el taxi que no avanza, el Illimani de fondo que da la bienvenida…

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